Un hecho violento ocupó la atención de los medios de comunicación cubanos en días recientes. El jugador de beisbol Ramón Lunar fue agredido físicamente (con un bate de pelota en la cara) por el pitcher Demis Valdés en pleno estadio.
Las manifestaciones violentas en los estadios cubanos no son nuevas. Deportistas y público asistente han mostrado comportamientos violentos, sin que nuestros medios de comunicación puedan impedir su impacto, pues se tratan de transmisiones en vivo que escapan de la censura mediática acostumbrada.
Con el deporte se ha abierto la caja de pandora, pues deporte en Cuba y en especial el beisbol, significan identidad nacional. Históricamente hablando muestran un ascenso preocupante, a tono con los cambios operados en el tejido social cubano, que tuvo su acmé durante la profunda crisis económica y social que sufrimos desde la década de 1990.
De todo eso se habló en la última edición de la Mesa Redonda de los viernes ≪Sobre la Mesa≫. El espacio se ha convertido en tibio y sostenido asomo de la cabeza del debate entre expertos y también se hacen escuchar las opiniones y el disenso de la ciudadanía.Las y los expertos, también el público entrevistado, reconocieron que se trata de un asunto complejo, con muchas aristas. Se habló de educación, de valores, de medidas disciplinarias más severas y de prevención. También se destacó el encomiable trabajo comunitario de la Red Iberoamericana y Africana de Masculinidades -coordinada por Julio César González Pagés, quien también fungió como panelista en el programa- en la prevención y sensibilización contra la violencia en el deporte.
Algunos hombres entrevistados dijeron que ≪el deporte es de hombres, es tener sangre en las venas≫. Lo que este cubano dijo se llama ≪naturalización de la violencia≫ y tiene una marcada influencia de las normas de género impuestas por nuestra cultura machista. Hasta donde sé las mujeres también tienen sangre en las venas, a lo mejor el compañero quiso decir ≪el deporte es de hombres, es tener testosterona en las venas≫. Ni siquiera es exacta esta última afirmación, pues las mujeres también tienen testosterona en sangre, aunque con niveles inferiores. Perdone la lectora o lector tal digresión, solamente quiero señalar que aquí se ponen en juego los mandatos culturales que aprendemos desde muy temprano sobre los significados de las masculinidades hegemónicas. Por lo tanto el asunto de la violencia pasa también por un asunto de género, no es natural ni biológico.
Para ser un ≪verdadero hombre, un macho≫ se requiere ser violento, competitivo, temerario, agresivo e hipersexual. En el beisbol cubano, algunos deportistas se tocan los genitales antes de batear, también escupen y muestran gestos groseros cuando cometen un error. Pero eso, en tanto simbólico, nos resulta natural y no requiere debate. No por gusto, nuestros psicólogos conductuales prescribían (¿prescriben aún?) la práctica del beisbol a los niños afeminados, como si fuese un remedio masculinizante.
Otro ejemplo sobre la violencia simbólica, que no advertimos, que opera ante nuestros ojos de forma fluida y acrítica: hace poco tiempo se produjo una discusión en pleno juego de beisbol y las cámaras de la TV nacional desviaron su enfoque a las nalgas de una de las porristas (versión tropical de las cheerleaders estadounidenses). De esta manera se legitima el cuerpo de la mujer como objeto sexual, como ente dispersor de la atención y en ello no advertimos violencia alguna.
Julio César opinó que no se debe culpar a la masculinidad de la violencia, pues las mujeres también la practican. Coincido con él parcialmente, las relaciones de género se basan en el poder asimétrico. Se piensa en género y se evoca el papel de las hegemonías en las relaciones humanas. Las mujeres violentas también son hegemónicas y producen violencia mediante el discurso, los comportamientos y la gestualidad que son afines y constitutivos al poder del patriarcado.
También existen masculinidades no hegemónicas. Son ≪raras≫ en nuestro contexto y miradas sospechosamente por las normas culturales, pero sin dudas útiles en el desaprendizaje de las relaciones hegemónicas entre los seres humanos.
El experto dijo que la violencia es aprendida y de inmediato pensé en la educación que recibimos en nuestras familias y las escuelas, ambas tan restringidas a las relaciones asimétricas de poder. Me preocupo, pues de manera general, la educación escolar en Cuba sigue siendo bancaria (modelo de experto, pobremente dialógica), promueve la homogenización de las personas en nombre de una falsa unidad y no estimula el desarrollo del pensamiento crítico. Todo ello es violento en sí mismo y genera violencia. Este es a mi juicio uno de los aspectos que debemos modificar, además de la necesidad de aplicar un enfoque de género no binario (que no reconoce solamente a lo masculino y lo femenino) y equitativo en todos los niveles de enseñanza. Este enfoque debe hacerse extensivo hacia otros ámbitos del espacio público: familiar, laboral, etc.
Creo fervientemente en que se puede jugar buen beisbol –o cualquier otro deporte-sin necesidad de reafirmarnos constantemente como masculinos. Creo en la competencia cordial, solidaria y que nos haga disfrutar de un buen espectáculo. La conductora del panel televisivo cerró el programa con una pregunta a las y los panelistas: ¿qué hacer? Me encantó eso, pues hemos perdido ya demasiado tiempo haciendo diagnósticos y catarsis sin soluciones prácticas. [Centro Habana, 23 de febrero de 2014]
Las manifestaciones violentas en los estadios cubanos no son nuevas. Deportistas y público asistente han mostrado comportamientos violentos, sin que nuestros medios de comunicación puedan impedir su impacto, pues se tratan de transmisiones en vivo que escapan de la censura mediática acostumbrada.
Con el deporte se ha abierto la caja de pandora, pues deporte en Cuba y en especial el beisbol, significan identidad nacional. Históricamente hablando muestran un ascenso preocupante, a tono con los cambios operados en el tejido social cubano, que tuvo su acmé durante la profunda crisis económica y social que sufrimos desde la década de 1990.
De todo eso se habló en la última edición de la Mesa Redonda de los viernes ≪Sobre la Mesa≫. El espacio se ha convertido en tibio y sostenido asomo de la cabeza del debate entre expertos y también se hacen escuchar las opiniones y el disenso de la ciudadanía.Las y los expertos, también el público entrevistado, reconocieron que se trata de un asunto complejo, con muchas aristas. Se habló de educación, de valores, de medidas disciplinarias más severas y de prevención. También se destacó el encomiable trabajo comunitario de la Red Iberoamericana y Africana de Masculinidades -coordinada por Julio César González Pagés, quien también fungió como panelista en el programa- en la prevención y sensibilización contra la violencia en el deporte.
Algunos hombres entrevistados dijeron que ≪el deporte es de hombres, es tener sangre en las venas≫. Lo que este cubano dijo se llama ≪naturalización de la violencia≫ y tiene una marcada influencia de las normas de género impuestas por nuestra cultura machista. Hasta donde sé las mujeres también tienen sangre en las venas, a lo mejor el compañero quiso decir ≪el deporte es de hombres, es tener testosterona en las venas≫. Ni siquiera es exacta esta última afirmación, pues las mujeres también tienen testosterona en sangre, aunque con niveles inferiores. Perdone la lectora o lector tal digresión, solamente quiero señalar que aquí se ponen en juego los mandatos culturales que aprendemos desde muy temprano sobre los significados de las masculinidades hegemónicas. Por lo tanto el asunto de la violencia pasa también por un asunto de género, no es natural ni biológico.
Para ser un ≪verdadero hombre, un macho≫ se requiere ser violento, competitivo, temerario, agresivo e hipersexual. En el beisbol cubano, algunos deportistas se tocan los genitales antes de batear, también escupen y muestran gestos groseros cuando cometen un error. Pero eso, en tanto simbólico, nos resulta natural y no requiere debate. No por gusto, nuestros psicólogos conductuales prescribían (¿prescriben aún?) la práctica del beisbol a los niños afeminados, como si fuese un remedio masculinizante.
Otro ejemplo sobre la violencia simbólica, que no advertimos, que opera ante nuestros ojos de forma fluida y acrítica: hace poco tiempo se produjo una discusión en pleno juego de beisbol y las cámaras de la TV nacional desviaron su enfoque a las nalgas de una de las porristas (versión tropical de las cheerleaders estadounidenses). De esta manera se legitima el cuerpo de la mujer como objeto sexual, como ente dispersor de la atención y en ello no advertimos violencia alguna.
Julio César opinó que no se debe culpar a la masculinidad de la violencia, pues las mujeres también la practican. Coincido con él parcialmente, las relaciones de género se basan en el poder asimétrico. Se piensa en género y se evoca el papel de las hegemonías en las relaciones humanas. Las mujeres violentas también son hegemónicas y producen violencia mediante el discurso, los comportamientos y la gestualidad que son afines y constitutivos al poder del patriarcado.
También existen masculinidades no hegemónicas. Son ≪raras≫ en nuestro contexto y miradas sospechosamente por las normas culturales, pero sin dudas útiles en el desaprendizaje de las relaciones hegemónicas entre los seres humanos.
El experto dijo que la violencia es aprendida y de inmediato pensé en la educación que recibimos en nuestras familias y las escuelas, ambas tan restringidas a las relaciones asimétricas de poder. Me preocupo, pues de manera general, la educación escolar en Cuba sigue siendo bancaria (modelo de experto, pobremente dialógica), promueve la homogenización de las personas en nombre de una falsa unidad y no estimula el desarrollo del pensamiento crítico. Todo ello es violento en sí mismo y genera violencia. Este es a mi juicio uno de los aspectos que debemos modificar, además de la necesidad de aplicar un enfoque de género no binario (que no reconoce solamente a lo masculino y lo femenino) y equitativo en todos los niveles de enseñanza. Este enfoque debe hacerse extensivo hacia otros ámbitos del espacio público: familiar, laboral, etc.
Creo fervientemente en que se puede jugar buen beisbol –o cualquier otro deporte-sin necesidad de reafirmarnos constantemente como masculinos. Creo en la competencia cordial, solidaria y que nos haga disfrutar de un buen espectáculo. La conductora del panel televisivo cerró el programa con una pregunta a las y los panelistas: ¿qué hacer? Me encantó eso, pues hemos perdido ya demasiado tiempo haciendo diagnósticos y catarsis sin soluciones prácticas. [Centro Habana, 23 de febrero de 2014]