El triunfo de la Revolución cubana significó un cambio 
radical en las relaciones de género, mediante la participación conjunta 
de hombres y mujeres en la construcción de un proyecto de nación más 
equitativa. También se formularon políticas  que han refrendado el 
empoderamiento y el ejercicio paulatino de los derechos de las mujeres 
heterosexuales y una erosión paulatina de la hegemonía de las 
masculinidades.
   
           
    
Sin embargo, el proyecto de nación soberana y equitativa, que desde 
1959 nos hemos propuesto construir, continúa permeado de subjetividades 
de carácter patriarcal. Los cambios estructurales que se produjeron al 
triunfo de la Revolución cubana, refrendados en la Constitución 
Socialista de 1976, no han logrado borrar la posición de subordinación 
de las mujeres respecto a los hombres en el imaginario social cubano y 
en las primeras cuatro décadas se generaron políticas institucionales 
que excluyeron a ciudadanas y a ciudadanos cubanos cuyas sexualidades no
 se ajustaban a las normas heterosexistas y patriarcales.
Con frecuencia utilizamos los términos ciudadanía, ciudadano. Algunas
 personas consideran que se trata del reconocimiento de pertenencia a 
una nación determinada o el reconocimiento por el Estado de los 
denominados derechos ciudadanos. Sin embargo, la ciudadanía será 
abordada en este texto desde una dimensión más amplia y compleja.
Toda ciudadanía es sexual
El concepto de ciudadanía surge en la modernidad para definir las 
relaciones de los ciudadanos con el Estado-nación. Enunciado por 
Marshall en la pasada década del cincuenta, significa garantía y 
reconocimiento de los derechos civiles, políticos, sociales y 
económicos.
Con la crisis de los modelos neoliberales en la 
postmodernidad, se ha redefinido la ciudadanía más allá de los derechos 
legales antes expuestos y se le considera como el proceso a través del 
cual los sujetos y los grupos sociales participan en el reclamo, 
expansión o pérdida de derechos. Entre muchas otras aportaciones, la 
definición de ciudadanía se impregnó de las densas y transversalizadas 
interconexiones de las categorías de clase, racialidad, género y 
sexualidad.
La sexualidad es una dimensión fundamental de cada sujeto
 en la construcción de su identidad personal y en la interacción con 
otros en sociedad. Es por ello que se considera en la actualidad que 
toda ciudadanía es sexual y, por lo tanto, es heterogénea y diversa, de 
manera que debe hablarse de múltiples ciudadanías sexuales. 
La 
argentina Diana Maffía define la ciudadanía sexual como el proceso que 
“enuncia y garantiza el acceso efectivo de ciudadanos y ciudadanas, 
tanto al ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos, como a una 
subjetividad política no menguada por desigualdades basadas en el sexo, 
el género, la sexualidad y la reproducción”.
En las culturas occidentales, la ciudanía sexual heteronormativa
1
 ha imperado mediante la acción y articulación de instituciones 
históricas, impuestas desde las religiones monoteístas y asumidas por la
 emergencia del Estado laico.
Los sujetos con identidades  y prácticas sexuales que disienten y se 
apartan de la norma heterosexual constituyen “ciudadanos otros”, 
ubicados en categorías subordinadas que incluyen a personas con 
identidades de género, orientaciones eróticas del deseo y prácticas 
sexuales nombradas como homosexuales masculinos y femeninas, bisexuales y
 personas trans (travestis, transexuales, transgénero).
La exclusión hacia las sexualidades no heteronormativas se construye 
mediante el aprendizaje e internalización de concepciones 
discriminatorias y violentas, asumidas como “valores” en el seno de la 
propia familia, y se reproduce a nivel social tanto de forma estructural
 (leyes, reglamentos, funcionamiento de las instituciones) como a nivel 
subjetivo. Así se reconocen en los contextos familiares, sociales e 
institucionales la misoginia (odio y rechazo a las mujeres), la 
homofobia (odio y rechazo a los homosexuales masculinos), la lesbofobia 
(odio y rechazo a las mujeres homosexuales), la bifobia (odio y rechazo a
 las personas bisexuales) y la transfobia (odio y rechazo a las personas
 con identidades y roles de género diferentes al sexo asignado al 
nacer).
Ciudadanías sexuales y  “la conquista” del espacio público
El derecho a la autonomía y la expresión sexual, incluso en los 
espacios públicos, libre de coerción y sin producir daños a otras 
personas, es privilegio estrictamente heterosexista. Resulta 
significativo que en Cuba se despenalizaran las relaciones sexuales 
entre personas del mismo sexo desde 1979, pero se mantuvo un control 
represivo del Estado a cualquier expresión pública de las sexualidades 
no heteronormativas. En 1987 se (re)penalizó la ostentación pública de 
la homosexualidad y así se mantuvo hasta la reforma del Código Penal de 
1997. En ese momento se igualaron las condenas para los delitos de abuso
 sexual infantil, puesto que hasta ese año las sanciones eran más 
severas si la víctima y el victimario eran del mismo sexo, todo ello a 
pesar de que en la práctica jurídica cubana e internacional se conoce 
que tales delitos son perpetrados con mayor frecuencia por personas con 
prácticas heterosexuales.
Aunque se han observado avances en los cambios del imaginario social 
cubano respecto a la sexualidad, aun se la percibe en nuestra cultura 
como un asunto relegado al ámbito de lo privado, a pesar de estar 
presente en todos los aspectos de nuestras vidas. La visibilidad pública
 de esas sexualidades periféricas es crucial para lograr un acceso al 
ejercicio y disfrute de sus derechos ciudadanos. Si las sexualidades no 
heteronormativas carecen de un lugar en el espacio público, no existen 
para el Estado y no se implementarán políticas para atender sus 
necesidades específicas.
La existencia de sitios de encuentro para personas con sexualidades 
no heteronormativas ha sido documentado por la historiografía nacional 
desde hace varios siglos. Desde finales de la pasada década de los 
ochenta --y sobre todo en la década siguiente—, las personas 
homosexuales masculinas y trans se muestran en sitios de encuentro en 
las principales ciudades del país. Si bien son crecientemente visibles, 
ocupan espacios geográficos --no siempre seguros— en  las ciudades 
capitales y se muestran, fundamentalmente, en las noches y las 
madrugadas.
Dichos escenarios se distinguen por  flujos heterogéneos de 
ciudadanos, muchos de ellos con situaciones sociales y económicas 
precarias, migrantes de territorios con pobres oportunidades económicas.
 Hombres y personas trans encuentran en estos lugares un terreno fértil 
para la supervivencia económica, mediante  el ejercicio del trabajo 
sexual/prostitución. Estos ambientes se toman como referentes para 
etiquetar como “antisociales” a todas las personas lesbianas, gays, 
bisexuales y trans.
En la década del noventa, las personas trans irrumpieron en el ámbito
 público, el transformismo retomó algunos de los pocos sitios de 
recreación que sobrevivieron a la profunda crisis de esa década, pero 
las mujeres lesbianas permanecieron relegadas al ámbito privado. Desde 
entonces, las parejas del mismo sexo son más visibles, fundamentalmente 
en zonas urbanas, y las personas homosexuales masculinas y femeninas 
mostraron su orientación sexual con mayor apertura en los dominios 
laborales y de participación política. Progresivamente dejó de 
prohibirse la membresía al Partido Comunista de Cuba a personas 
lesbianas y gays.
Sin embargo, esto no significa que las mujeres lesbianas y 
bisexuales, y los hombres homosexuales y bisexuales cubanos disfruten 
hasta el momento del ejercicio de una ciudadanía plena. La integración 
creciente de estos sujetos se filtra a través de un tamiz de asimilación
 tolerante que no promueve el respeto y la relación empática con la 
heterosexualidad, ni garantiza una participación plena en las decisiones
 referentes a sus derechos sexuales y reproductivos. 
Muchos sujetos 
con identidades no heteronormativas adoptan estrategias de “integración 
social” que les permite “pasar como heterosexual” o no se cuestionan el 
status quo heteronormativo. Por su parte, los ciudadanos y ciudadanas 
con privilegios heterosexuales promulgan el supuesto derecho al respeto a
 sus sexualidades y aceptan o toleran a los no heterosexuales, mientras 
no interpelen sus privilegios heterosexistas.
En este orden heteronormativo, las personas trans enfrentan desafíos 
aún mayores en el reconocimiento de su ciudadanía sexual, puesto que la 
expresión de su identidad de género implica comportarse y vestirse con 
atuendos y accesorios diferentes a los esperados para al sexo asignado. 
El estigma y la discriminación que sufren estas personas se generan 
desde edades muy tempranas en el seno de sus familias. Se les limita el 
derecho a cursar estudios superiores, a trabajar y participar social y 
políticamente, por tener datos de identidad legal que no se corresponden
 con su apariencia física y por un explícito rechazo a su apariencia 
femenina, en el caso de las personas trans femeninas.
Como ocurre en el caso de las personas homosexuales y bisexuales, el mundo cisgénero
2
 (no trans) también tolera a las personas trans femeninas (hombres 
biológicos que se identifican con la feminidad) que pasen exitosamente 
como mujeres, con todos los atributos externos y de comportamiento que 
definen la feminidad en un contexto histórico determinado; lo mismo pasa
 con las personas trans masculinas (mujeres biológicas que se definen 
como masculinos). Para muchas personas trans, el reconocimiento legítimo
 de su ciudadanía sexual implica parecer o pasar como una mujer o un 
hombre legítimo. Los “tratamientos de transición”, incluyendo las 
cirugías de readecuación genital (denominadas incorrectamente “cambio de
 sexo”) cumplen con este propósito. 
Aquellas personas trans que no 
deseen o tengan contraindicaciones médicas para someterse a estos 
tratamientos quedan en un limbo jurídico, al tener identidades legales 
con las que no se identifican en lo absoluto.
Sexualidad y políticas equitativas: “lo que no se menciona no existe”Las
 prácticas sexuales consentidas entre hombres formaron parte de las 
políticas de salud con el surgimiento de la epidemia del sida en nuestro
 país, en 1985. Se aplicó el régimen de internamiento obligatorio 
--desde 1986 hasta 1993— a las personas seropositivas al VIH, refrendado
 por el Decreto-Ley No. 54, del 12 de Abril de 1982 sobre Disposiciones 
Sanitarias Básicas. La epidemia del sida se enfrentó como cualquier otra
 enfermedad transmisible, mediante la aplicación del Artículo 9 del 
Decreto Ley 54, que posibilitaba el internamiento obligatorio de toda 
aquella persona con una enfermedad transmisible que representara “un 
peligro” para la sociedad. El derecho ciudadano a la salud se garantizó 
de forma gratuita y con una alta calidad en la atención, pero se 
generaron críticas a nivel internacional por la limitación del derecho 
al movimiento y a la participación en los espacios públicos, así como la
 violación del principio de autonomía de las personas con VIH.
Enmarcado en el Programa Nacional de Prevención y Control del 
VIH/sida, desde el año 2000 se implementó a nivel nacional, con el apoyo
 de agencias de las Naciones Unidas, un proyecto de prevención de las 
ITS y el VIH para Hombres que tienen Sexo con Hombres (HSH). Los 
objetivos y acciones del proyecto HSH incluyen, entre muchos aspectos, 
mitigar el impacto de la homofobia como determinante social en la 
transmisión del VIH, que hasta la fecha ocurre en un 80 por ciento por 
hombres. Un año más tarde, junto al 
Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex),
 se comenzó a trabajar con personas travestis, cuyas prácticas sexuales 
se consideraban epidemiológicamente como “relaciones sexuales entre 
hombres”. Desde un enfoque salubrista, muchos actores sociales se 
convirtieron en promotores para la prevención del VIH y otras 
infecciones de transmisión sexual en la comunidad, mediante la educación
 sobre prácticas sexuales seguras, sin interferir con la libertad 
personal. Este proyecto también ha promovido el empoderamiento y la 
solidaridad entre las personas, las estrategias para enfrentar la 
homofobia y la transfobia, independientemente de la orientación sexual y
 la identidad de género y, en los últimos años, ha resaltado el papel de
 las masculinidades hegemónicas como determinante social de la salud (de
 género) en la transmisión del VIH.
Ser una persona con VIH no limita legalmente el ejercicio de su 
ciudadanía. Así está dispuesto en varias resoluciones de los organismos 
de la administración central del Estado cubano (Ministerio de Salud 
Pública y Ministerio del Trabajo y Seguridad Social). Sin embargo, no se
 protege de forma explícita a las personas con VIH por actos 
discriminatorios mediante 
leyes de orden administrativo y civil,
 además de que se continúan realizando pruebas de VIH en los exámenes 
pre-empleo y a las personas que viajan al exterior en calidad de 
colaboradores, sin el debido consentimiento informado que, desde el 
punto de vista bioético, presupone un respeto a la autonomía de la 
persona en relación a develar su seroestatus, sus prácticas sexuales y 
su orientación sexual. Por el contrario, en la legislación penal cubana 
se menciona explícitamente a las personas con VIH en el artículo 187  
en los  Delitos Contra La Salud Pública en su Sección Primera: Propagación de Epidemias.
En materia educativa, en las últimas tres décadas el Cenesex ha 
desarrollado un amplio trabajo enmarcado en el Programa Nacional de 
Educación Sexual. Junto a numerosas instituciones gubernamentales y de 
la sociedad civil, la institución estatal conmemora desde 2007 el Día 
Internacional contra la Homofobia cada 17 de mayo. Desde 2008 las 
actividades se desarrollaron en el ámbito de una jornada alrededor de la
 fecha, que ha promovido desde entonces el debate en la sociedad cubana 
sobre el respeto y reconocimiento de la orientación sexual y la 
identidad de género sin estigma ni discriminación.
La conmemoración de las Jornadas Cubanas contra la Homofobia ha 
constituido un genuino laboratorio de participación ciudadana que ha 
sumado a muchas personas heterosexuales. Su impacto mayor radica en 
haber logrado movilizar a la opinión pública nacional e internacional en
 el debate sobre estos temas, así como la creación de espacios de 
participación para activistas con sexualidades no heteronormativas.
Participación para la construcción de ciudadanía: “todo el mundo cuenta”
La participación es fundamental en el proceso de construcción de 
ciudadanía y, específicamente, de la ciudadanía sexual. En nuestro orden
 constitucional republicano y socialista, la participación constituye un
 pilar básico en el ejercicio del poder democrático y soberano del 
pueblo cubano. Según plantea Valdés Paz en su obra
 El espacio y el límite (La Habana, 2009), la participación pasa por los siguientes momentos:
- Tener voz: se expresan opiniones sobre temas de interés de los actores.
 
-  Poder realizar consultas: se expresan opiniones y criterios sobre propuestas o asuntos emanados de algún nivel de dirección.
 
- Demanda
 y agregación de demandas: se expresan demandas de servicios, bienes, 
medidas organizativas o de gobierno, etc. Incluye participar en la 
agregación de las demandas particulares o de su entorno.
 
- Realizar propuestas: se elaboran propuestas de medidas, prioridades, candidatura, etc.
 
- Decisión o toma de decisiones: se decide la aplicación de políticas, planes o programas, ejecución de medidas, prioridades, etc.
 
- Realización o ejecución: se participa en la realización o ejecución de las decisiones.
 
- Control democrático: se controla el proceso sociopolítico en general y
 las políticas en curso en particular, así como el propio proceso de 
participación.
 
- Evaluación: se participa en la estimación de los 
resultados de la aplicación o ejecución de las decisiones estratégicas y
 tácticas, generales y particulares, así como sobre el propio desarrollo
 democrático en curso.
 
En las primeras cinco ediciones (2008-2012) de las Jornadas Cubanas 
contra la Homofobia se escucharon en foros públicos la voz de las 
personas con sexualidades no heteronormativas, mediante la formulación 
de demandas de reconocimiento social y político de sus cuerpos y 
sexualidades. El Cenesex y otras organizaciones gubernamentales y no 
gubernamentales han realizado consultas que toman en cuenta la opinión 
de una representación de personas con sexualidades no heteronormativas, 
que incluye también los posicionamientos anti-patriarcales y no 
heteronormativos de ciudadanas y ciudadanos heterosexuales. Podría 
afirmarse entonces que, desde esta perspectiva, nos encontramos en los 
dos momentos iniciales de la participación.
Durante las dos primeras ediciones de la Jornada Cubana Contra la 
Homofobia (2008 y 2009) la demanda más significativa fue la 
disponibilidad de sitios de encuentro y socialización, con la inclusión 
de las personas heterosexuales. Nótese cómo la conquista del espacio 
público se hace imprescindible para el reconocimiento de la ciudadanía. 
Desde entonces el contenido de las demandas ha transitado desde una 
necesidad inicial de esparcimiento, socialización y visibilidad hacia un
 mayor significado político de los cuerpos y las sexualidades.
La formación de redes sociales de activistas por los derechos 
sexuales por el Cenesex, con enfoque de derechos humanos basados en los 
principios de igualdad, no discriminación, dignidad humana y 
solidaridad, contribuyó a promover el derecho a la ciudadanía sexual 
desde un marco institucional. Entre los desafíos que aún enfrentan las y
 los activistas que integran las redes por los derechos sexuales están 
la implementación de programas de capacitación en los escenarios no 
institucionales, fundamentalmente en las comunidades, así como poder 
participar ampliamente en las acciones de abogacía e incidencia política
 en relación con los derechos sexuales. También deben articularse 
estrategias de participación horizontales, basadas en la educación 
dialógica que combine armónicamente los objetivos institucionales y las 
necesidades específicas de los grupos humanos hacia los cuales se 
dirigen las acciones. 
La emergencia de otras iniciativas no 
institucionales, aunque con alcance limitado, también ha incidido en la 
construcción de ciudadanía sexual y es expresión de la necesidad de 
fortalecer la sociedad civil en estos temas.
Los discursos públicos  de líderes y liderezas de opinión a favor de 
la no discriminación por orientación sexual e identidad de género 
también han mostrado avances en la última década en Cuba. Las 
personalidades más significativas son Mariela Castro, directora del 
Cenesex; Ricardo Alarcón, cuando desempeñaba las funciones de presidente
 de la Asamblea Nacional de Poder Popular; el Historiador de la Ciudad, 
Eusebio Leal y el intelectual y escritor Miguel Barnet, presidente de la
 Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), entre otros. En 2010 
Fidel Castro reconoció durante una entrevista al 
diario mexicano La Jornada 
 que las políticas homofóbicas aplicadas en tiempo de Revolución en Cuba
 “son una injusticia” y asumió su responsabilidad sobre esos hechos. En 
la VI Jornada contra la Homofobia, el Héroe de la República de Cuba René
 González 
expresó durante la inauguración de la gala uno de los pensamientos más hermosos y radicales de los últimos años en relación al tema: “Estamos aquí librando una batalla contra conductas que han hecho 
sufrir a muchas personas. El sufrimiento por no tener libertad nos une. 
Hay que eliminar toda forma de discriminación y de falta de libertad”
La clara alusión de René al sufrimiento y su relación con la 
coartación de la libertad se relaciona con el costo que genera la 
discriminación hacia las sexualidades no heteronormativas y su indudable
 limitación en el disfrute de la ciudadanía y de una emancipación humana
 plenas. 
Uno de los impactos políticos más importantes que se 
deriva de la campaña por el respeto a la libre orientación sexual e 
identidad de género fue la inclusión de la orientación sexual en los 
Objetivos de Trabajo del Partido Comunista de Cuba
 en su primera conferencia nacional en 2012.  Pese a proponerse en las 
consultas institucionales realizadas el reconocimiento de la identidad 
de género como causa de discriminación, lamentablemente no se logró, lo 
cual llama la atención sobre el largo camino que debemos recorrer para 
sensibilizar a nuestros decisores políticos sobre el papel medular de la
 identidad de género en la identidad personal y en el derecho a la 
ciudadanía.
En materia de política de exterior, el Estado cubano ha modificado su 
posición en relación con los derechos humanos por orientación sexual e identidad de género, al expresar la voluntad política de trabajar en su reconocimiento y respeto en los dos 
Exámenes Periódicos Universales (EPU) ante el Consejo de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas entre otros foros.
 
 
Un suceso sin precedentes en la historia de la nación se produjo al 
elegirse a una persona trans como delegada a la Asamblea Municipal del 
Poder Popular (concejala) en octubre de 2012.  Su nombre es Adela y fue 
elegida con amplia mayoría de votos por su reconocido liderazgo en la 
comunidad pesquera del municipio villaclareño de Caibarién. Su 
candidatura fue propuesta por un militante del Partido Comunista de la 
localidad donde reside. El sentido de justicia social y el 
empoderamiento de Adela son muestras de que las personas con 
sexualidades no heteronormativas pueden ejercer sus derechos ciudadanos 
mediante la participación política en la transformación de la sociedad 
cubana hacia paradigmas más equitativos.
Estos hechos significan la 
existencia de una voluntad política del Estado cubano en eliminar todas 
las formas de discriminación. Sin embargo, persisten retos y 
resistencias aún muy grandes en el complejo proceso de reconocimiento de
 la ciudadanía sexual en nuestro país. Algunas de ellas se expondrán 
sucintamente a continuación. 
En el reciente Censo de Población y Viviendas a pesar de que la 
consigna para la convocatoria fue “En Cuba contamos todos”, no se 
tomaron en cuenta a las familias homoparentales ni a otras variables 
referentes a la orientación sexual o la identidad de género. El Cenesex y
 algunos activistas abogaron por la inclusión de las personas que 
constituyen modelos de familias no heteroparentales. Estos datos 
demográficos constituirían uno de los insumos sobre la necesidad –o no— 
de implementar políticas que garanticen el reconocimiento de diversos 
modelos de familia.
La actualización del 
Código de Familia de 1975
 es una de las propuestas legislativas que siguen pendientes para ser 
discutidas por el Parlamento cubano. En la versión propuesta por la 
Federación de Mujeres Cubanas y la Unión de Juristas de Cuba hace ya más
 de cinco años, se actualizaban y legitimaban los modelos de familia, se
 redefinía los marcos de la patria potestad y de la guarda y cuidado de 
los hijos y se adicionaron enfoques de género y del reconocimiento de 
diversas orientaciones afectivo eróticas entre los miembros de la 
familia en un marco de equidad, entre otros. Se ha planteado también que
 se reconocen los derechos patrimoniales de las uniones entre personas 
del mismo sexo, pero no se sabe con claridad si se ubican o no en una 
posición de desventaja respecto al matrimonio. De hecho, no se ha 
realizado una consulta amplia y transparente que permita conocer y 
discutir su contenido, cuestión básica que refrendaría el derecho de la 
ciudadanía, sobre todo la implicada en las nuevas propuestas.
Se conoce que no se incluyó en el anteproyecto del Código de Familia 
la figura del matrimonio entre personas del mismo sexo. No se sabe con 
exactitud la apreciación que sobre este asunto tienen las personas con 
sexualidades no heteronormativas en Cuba, para quienes resulta una 
violación a sus derechos ciudadanos en caso de que deseen legalizar su 
unión.
A nivel internacional, las organizaciones que abogan por los derechos
 de las personas lesbianas, gays, bisexuales y transgénero consideran 
perentorio luchar por el derecho al matrimonio igualitario y se le 
considera una variable que mide el 
estado de la homofobia, la bifobia y la transfobia en el mundo.
 No obstante, algunos activistas y académicos consideran que el 
matrimonio se construye sobre preceptos patriarcales y es una invención 
tan histórica como la propia heterosexualidad.
Según Carole Pateman  (1940- )  el pensamiento liberal invocó lo que 
Jean-Jacques_Rousseau (1712 - 1778) denominó el contrato social entre la
 ciudadanía y el Estado, pero debe entenderse la presencia de un 
“contrato sexual” legitimado por el matrimonio, en el que el esposo es 
el ciudadano y la esposa es construida como subordinada. Desde esta 
perspectiva se aboga por el reconocimiento estatal de otras formas de 
asociación basadas en la plena equidad de género y que garantice el 
disfrute pleno de los derechos humanos. Otro aspecto que constituye una 
propuesta flagrantemente inequitativa del anteproyecto del nuevo Código 
de Familia es la aparente negación del derecho de adopción por las 
parejas homoparentales. Pese a que el anteproyecto flexibiliza las 
regulaciones vigentes al efecto en Cuba, no se logró consenso por parte 
de los decisores en este tema. De confirmarse lo anterior, la decisión 
se basó en prejuicios homofóbicos y transfóbicos y jamás fue consultada 
con los ciudadanos interesados, además de que no existen evidencias 
científicas que avalen las limitaciones o daños potenciales de las 
uniones homoparentales en la crianza y cuidados de las hijas e hijos. De
 hecho, numerosas 
asociaciones científicas
 a nivel internacional han demostrado que esta situación no produce daño
 psicológico alguno en niñas y niños y, en algunos casos, les produce 
beneficios al educarse con valores de igualdad y no discriminación.
Tampoco se conoce con claridad la ruta crítica que ha seguido el 
anteproyecto de la Ley de Identidad de Género, que desde hace ocho años 
se propusiera para su revisión técnica y política.  El modelo vigente en
 Cuba permite el cambio registral de la identidad legal únicamente 
mediante la transformación quirúrgica de los genitales, después de 
establecerse un diagnóstico biomédico de trastorno de la identidad de 
género, dentro de los que se incluyen a la transexualidad. Desde 2008 
estos procedimientos están avalados por el Ministerio de Salud Pública 
(Minsap) y se toman como hechos probatorios para que, por medio de un 
proceso judicial, se adecuen todos los documentos registrales en 
concordancia con la identidad de género de la persona.
Numerosas personas transexuales se han beneficiado con estos 
procedimientos y, sin dudas, el reconocimiento de su identidad de género
 les proporciona un acceso al ejercicio de sus derechos ciudadanos y un 
alivio significativo a la angustia que les genera la discriminación por 
su identidad de género.
No obstante, existen muchas maneras de sentir
 y expresar las identidades trans, que no son tomadas en cuenta por la 
Biomedicina y las normas jurídicas, con la consecuente limitación al 
disfrute de sus ciudadanías. Muchas personas transexuales no desean 
operarse, otras desean algunas modificaciones parciales de su cuerpo y 
conservar los genitales. También se conoce que algunas prefieren 
someterse a tratamientos parciales de transición, puesto que no desean 
perder su capacidad reproductiva y otras no se autoidentifican como 
transexuales y desean que se les reconozca su identidad de género, 
aunque no corresponda en lo absoluto con su cuerpo.
Una Ley de identidad de género actualizaría la norma jurídica cubana 
sobre el registro de la identidad legal y tendría una representatividad 
más abarcadora del complejo tejido social. Como esbozamos anteriormente,
 el reconocimiento de la identidad legal y de la personalidad jurídica 
se basa en la categoría sexo (aspectos biológicos que nos definen como 
hembras, varones o una combinación de ambos). El sexo se asigna al nacer
 de acuerdo al aspecto externo de los genitales y, en casos muy 
específicos, de acuerdo a los cromosomas. Sin embargo, no es raro ni 
necesariamente patológico que ambos criterios no se correspondan con 
otros factores biológicos (hormonales, enzimáticos, etc.), que también 
determinan el sexo. Esto hace tambalear la asignación legal del sexo 
como definitoria a lo largo de la vida de la identidad de la persona. 
Por su parte, la construcción de la identidad de género no siempre se 
corresponde con el sexo asignado y es un aspecto medular en la 
construcción de la identidad personal. Tanta complejidad, diversidad y 
maleabilidad de las categorías sexo y género nos llevaría a repensar las
 normas jurídicas sin tomar en cuenta la división binaria entre lo 
masculino o lo femenino, pero en el contexto actual sería bastante 
utópica y poco práctica su implementación. Una propuesta en el 
anteproyecto de identidad de género sería mantener el sexo como 
categoría registral y permitir el cambio de identidad de género de 
acuerdo a la construcción con la que la persona se identifica, sin 
mediación médica, mediante proceso administrativo e independientemente a
 la coincidencia con el sexo asignado al nacer. Así lo ha establecido la
 legislación argentina, sin que se hayan afectado los intereses supremos
 de esa nación y sin que colisione con el orden jurídico allí 
establecido.
Emancipación plena: muchas Cubas, todas las Cubas
Según Mayra Espina, “Cuba es un laboratorio para las políticas de 
igualdad”.  Es por ello que se requiere de la generación de políticas 
específicas —de orden jurídico y estructural— y también ampliar y hacer 
sistemáticas las acciones educativas y de incidencia política sobre 
diversidad sexual y derechos humanos. 
No se trata de imponerle a la 
ciudadanía una ley sin al menos un mínimo de consenso. Sin embargo, el 
Estado cubano también debe generar políticas en el contexto de los 
derechos humanos y considerar que cuando existe un grupo numeroso de 
ciudadanos y ciudadanas que no están contemplados en ellas urge su 
reconocimiento, tal y como se reconocieron los derechos de las mujeres y
 de las personas negras al triunfo de la Revolución, sin que el pueblo 
cubano “estuviese preparado” para cambios tan radicales.
Adicionalmente,
 se insiste una vez más en la necesidad de articular los cambios 
estructurales con aquellos que deben operar –más lentamente— en la 
cultura. No tiene ningún sentido promulgar leyes que devengan letra 
muerta o que impliquen la reproducción  de las hegemonías de las 
sexualidades no heteronormativas sobre las heteronormativas.
La verdadera equidad se logra mediante la emancipación de seres 
humanos desde una perspectiva más compleja, que tome en cuenta la 
intersección de otros determinantes que limitan los derechos ciudadanos,
 entre ellos figuran el color de la piel, el género, la nacionalidad, el
 nivel económico, la edad, las creencias religiosas, las  
discapacidades, entre otras. Así lo plantea Graciela Pogolotti (“Otra 
década crítica”, en La Gaceta de Cuba (1):3-8, 2013)
“Los 
proyectos emancipatorios se dispersan en fragmentos inconexos, estudios 
de género, movimientos gays y lesbianas, reivindicaciones de indígenas y
 afrodescendientes. Se habla de inclusividad, mientras se construyen 
compartimentos estancos sin tener en cuenta que solo la auténtica 
emancipación humana romperá las barreras acumuladas por la historia”.
Datos del autor: 
 aroqueg@infomed.sld.cu Sección Diversidad Sexual de la Sociedad Cubana Multidisciplinaria para el Estudio de la Sexualidad (SOCUMES)
1 La sexualidad es una invención histórica, atravesada por 
relaciones de poder heterosexistas, impuestas y normadas en cada cultura
 durante siglos. Judith Butler toma como punto de partida el concepto de
 matriz heterosexual para definir la heteronormatividad como el 
“conjunto de prácticas culturales, legales e institucionales que 
mantienen el enfoque normativo de la existencia de dos géneros, en 
correspondencia con el sexo biológico, y que la atracción sexual entre 
estos géneros es lo natural o lo socialmente aceptable”. Desde el 
feminismo, el patriarcado es la ideología que posibilita la hegemonía 
heterosexual masculina y considera a otras expresiones de género y 
eróticas como disidentes, periféricas o marginales.
2 La activista trans estadounidense Julia Serano ha aportado
 el término cisgénero para referirse a las personas que no son 
transgénero, es decir, aquellas en las que existe una correspondencia 
entre la identidad de género y el sexo asignado al nacer.