"Matar a un Hombre" del joven realizador cubano Orlando Mora Cabrera es un cortometraje sobre el que no emitiré juicios estéticos.
Ayer, 17 de diciembre, en la Fundación Ludwig de Cuba pudo finalmente ser exhibido, junto a "Azul Pandora", de Alán González.
La convocatoria abarrotó el espacio en tres tandas con una audiencia mayoritariamente joven.
La censura por el 45 Festival Internacional de Cine Latinoamenricano de la obra de Mora Cabrera generó indignación en redes sociales y una declaración de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños.
Ambos cortos se interceptan en las tensiones violentas entre deseo-poder-sujeción-libertad. Sus líneas argumentales atacan la violencia que emana del poder patriarcal en sus dimensiones simbólicas y reales.
En los dos audiovisuales los personajes depositarios de esas violencias pasan de ser víctimas a tomar decisiones autónomas sobre el curso de sus vidas. Este es el punto más importante de ambas obras, desde mi modesta apreciación.
En Azul Pandora una mujer trans se representa a sí misma (por suerte no siempre son las mismas actrices). Ella es cuidadora de un niño y es deseada por dos hombres no trans (cis): uno muy joven que dice amarla y otro maduro, casado, cabeza de familia heterosexual. Con el maduro, amolador de tijeras, ha desarrollado vínculos afectivos y eróticos que decide concluir porque no acepta por más tiempo ser compartida ; al joven no le da ni esperanzas ni entrada a su casa, que está protegida por una reja. Ella, con tijera en mano, abraza al niño; no es feliz pero es libre.
En Matar a un Hombre el joven transformista tiene una relación erótica de larga data - signada por la violencia y la posesión- con un militar de edad madura y de alto rango, que visita un club nocturno donde el joven trabaja. Anque la temática no es nueva en la producción artística y literaria cubanas, aquí la violencia sexual entre personas del mismo ǵenero escala desde lo real hacia lo simbólico. El asesinato es una representación performática que incorpora lentejuelas, maquillaje, glitter, vestuario (que no uniforme oficial) verdeolivo con charreteras y grados militares. El opresor es asesinado y el joven sale a caminar al amanecer sin maquillaje ni glitter y con la intención probable de fugarse, volar, liberarse. Para mí su perfomance no concluye, solo cambia de escenario, con otras máscaras, pero, ¿más libre?
¿Por qué la censura? ¿Acaso no aprendemos con tantas y tantas experiencias fallidas del pasado? ¿Cuándo la burocracia procesará revolucionariamente los malestares que el arte provoca?
#fundacionludwig