5/09/2018

Acoso escolar por orientación sexual e identidad de género

El pensamiento feminista nos ha dicho hace mucho tiempo que lo personal es político.  Por eso, al ser yo un sobreviviente del acoso escolar homofóbico, para mí tiene un significado especial participar en un evento de este nivel. Aunque por esa y otras razones también he sentido el peso del acoso en momentos posteriores de mi vida, las vivencias de mi infancia y la adolescencia me dieron herramientas para expresar plenamente mi sexualidad y luchar por la libertad sexual de las personas.

Sobrepasado este preámbulo quisiera agradecer a la Dra.C. Yoanka Rodney la posibilidad de participar en un panel que trate el tema del acoso escolar y al mismo tiempo pedir disculpas por la referencia de carácter personal que encabeza mi ponencia.

El acoso escolar por orientación sexual e identidad de género es un fenómeno multidimensional que debe ser visto de forma holística y transdisciplinaria.

En esta ocasión me referiré primeramente a algunas dimensiones teóricas en relación al género desde una perspectiva de derechos humanos, que matizados críticamente con elementos bioéticos, guardan relación con el acoso escolar.

El uso del enfoque bioético y derechos humanos obliga, en un segundo momento de mi intervención, a pasar de la reflexión crítica al esbozo de elementos biopolíticos de intervención en las políticas públicas.

La homofobia y sus variantes específicas son una de las formas en que se expresa el acoso escolar. El rechazo, la exclusión, la humillación y las agresiones físicas reiteradas hacia las y los escolares que muestren expresiones de género diferentes al sexo asignado o  hacia la demostración de elementos identitarios homosexuales o bisexuale, son las formas en que se manifiesta el acoso escolar por estos motivos.

Aunque pueden combinarse con otros estigmas (color de la piel, origen geográfico, creencias religiosas, rasgos morfológicos) en el acoso homofóbico y transfóbico  quien acosa y su víctima tienen una relación basada en asimetrías de poder, que en el caso de la sexualidad y el género se asientan sobre una matriz heterosexual dominante, legitimada por la cultura, la moral y las instituciones.

En dicha relación las y los acosadores devienen en policías del género, representantes del poder heteronormativo que la víctima termina aceptando. A decir de Bourdieu[1], dicha relación se articula desde una relación de violencia simbólica donde la opresión es concebida como natural e inevitable, pero en muchas ocasiones evoluciona hacia una escalada de hechos discriminatorios y vejatorios capaces de aniquilar a la víctima.

Dicho poder heteronormativo descansa en las bases ideológicas de la dominación masculina, que también es ejercida por las niñas y las adolescentes cisgénero. Sus bases se ubican en un sistema sexo-género-deseo lineal, esencialista y binario, que toma como punto de partida a las características biológicas que definen la categoría sexo y desde el guión cultural del género se le atribuyen significados subjetivos, sociales y políticos estratificados en poder.

Así se configuran los mandatos culturales que persiguen fines reproductivos en relación al deseo erótico heterosexual. Todas las variantes que ponen en tela de juicio dicho sistema heteronormativo conllevan a descalificar a las y los infantes que expresen un género diferente al asignado o que con el advenimiento de la pubertad comiencen a mostrar inclinación hacia personas de su mismo género. El acoso escolar se convierte así en una operación perversa y violenta que pretende aniquilar a los raritos, a los indeseables por la cultura o por los valores morales que nuestra sociedad jerarquiza en una escala axiológica de higiene social.

Resulta notable que desde las edades preescolares y hasta el comienzo de la adolescencia el acoso se expresa como trasgresiones de género. La condena a los infantes «afeminados» o hacia aquellos que se identifican con roles o expresiones de género transgenéricos comienza desde los espacios familiares y comunitarios para canalizarse en las escuelas.

Cuando las expresiones de género trans son profundas y sostenidas (niñas y niños trans) las relaciones interpersonales con sus pariguales producen síntomas disfóricos que tienen un profundo impacto deletéreo en su desarrollo psicosexual. En nuestro país esta es una realidad silenciada y desatendida, salvo algunos servicios aislados de la salud mental.

Según algunas series internacionales publicadas, la mayoría de estos individuos no llegan a ser personas transexuales en el futuro, sin embargo, no se ha valorado el impacto psíquico que dichas hechos provocan[2].

El análisis de la categoría sexo es aún más complejo y silenciado en el contexto del acoso escolar. Se conoce que no es una categoría naturalmente estable y que pueden observarse variabilidad en sus expresiones que no son patológicas. Los infantes intersexo, al no tener una genitalidad inteligible, son víctimas de un pacto de silencio impuesto por sus progenitores y los profesionales de la salud. Durante la edad escolar y la adolescencia se les somete a cirugías de corrección genital sin que se tengan la capacidad de consentir sobre las intervenciones sobre sus cuerpos. Dicha violación del principio bioético de autonomía se agrava con los potenciales ataques de otros educandos cuando el sexo asignado a los individuos con ambigüedad genital no coincide con la identidad de género sentida por el infante.

Otros aspectos importantes en la dimensión intersubjetiva del bullying homofóbico y transfóbico son las percepciones y valores morales de las y los educadores en relación a la heteronormatividad.

La deficiente formación con enfoque de género del profesorado contribuye a empeorar el acoso escolar, que además de no reconocer a los grupos de educandos vulnerables, no cuentan con herramientas para la prevención y protección de las víctimas. De hecho, si las concepciones de género de las y los educadores son binarias, reproductivas y heteronormativas se corre el riesgo de legitimar el bullying por orientación sexual e identidad de género. 

A este panorama se asocia la dimensión institucional de la homofobia que parte de la ausencia de políticas de Estado que reconozcan la diversidad de expresiones de género y de construcciones del deseo erótico, el enfoque positivista, paternalista, verticalista y esencialista de los modelos pedagógicos, el no respeto de la autonomía de las y los infantes como legítimos sujetos de derecho y la no promoción del desarrollo del pensamiento crítico y de la participación de acuerdo a cada momento del desarrollo vital.

Tampoco se promueve efectivamente una educación en valores que con su componente bioético interrelacionaría los principios de pluralidad, responsabilidad, respeto de los grupos vulnerables, equidad y no estigmatización y no discriminación.

Resulta notable que el Programa Nacional de Educación Sexual, redactado desde 1972, no haya sido implementado de forma transversal en el Sistema Educativo y que en fecha tan reciente como 2011 se cuente con la Resolución Ministerial 139 «Programa de Educación de la Sexualidad con Enfoque de Género y de Derechos Sexuales en el Sistema Nacional de Educación»[3]. Dicho documento normativo es amplio y ambicioso en su alcance, pero en nada se refiere al acoso escolar, su tipificación, prevención y abordaje.

Aunque se evidencian cambios favorables en relación a la homofobia y la transfobia escolar, el escenario actual en que el Sistema Educativo ejerce sus funciones es complejo puesto que según López Bombino  en relación a los valores, a nivel global se evidencia una crisis del sentido, de las expectativas y de los proyectos de vida, una incongruencia entre el discurso verbal y el comportamiento moral efectivo, un crecimiento de la apatía, de la desconfianza y del afán de lucro, un crecimiento vertiginoso de la marginalidad conductual, falta de comunicación familiar y de modelos y ejemplos y una imposición de gustos estéticos mercantiles[4]. Dicho panorama global de crisis de valores Lipovetsky [5] lo definió como ética indolora. Nuestro país no está exento de ello.

Sin embargo, la educación en Cuba cuenta con suficiente capital humano y experiencia para retomar los valores morales que permitan una formación integral de ciudadanos libres de estigma y discriminaciones. Se requiere descolonizar el pensamiento y tomar referentes de la educación popular y del legado axiológico de Martí, Luz, Varela y Freyre.

La escuela podrá ser un espacio seguro si se desaprende a discriminar y si las relaciones entre educandos se basan en la empatía y el respeto a la dignidad humana. Uno de los retos es que su alcance llegue a la comunidad y se integre a acciones de participación real de acuerdo a las necesidades concretas de esta última.

A la vez, mientras no se produzcan cambios positivos en el imaginario colectivo en relación a las discriminaciones deben establecerse políticas de protección a los grupos vulnerables al acoso escolar en todas sus manifestaciones.

La enseñanza debe apropiarse de un enfoque de género no binario y de derechos humanos,  tanto a nivel de la formación del profesorado como de las y los educandos. También deben desarrollarse las habilidades y competencias que permitan tener un enfoque crítico a los esencialismos sexuales y de género, aún y cuando la cultura dominante y la familia no coincidan totalmente con sus postulados. Desde el punto de vista ético son los mínimos para la construcción de una moral civil y de los máximos en relación a la felicidad y la realización individual de cada persona[6] en cuanto a su orientación erótica del deseo y su identidad de género.

La educación en la sexualidad es un derecho humano que debe ser respetado, enmarcado en el derecho a la educación, contenida en la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño y en las normativas y leyes cubanas vigentes. También se aplican la necesidad de garantizar otros derechos relacionados: derecho de los niños a expresar su opinión y a ser escuchados, derecho al cuidado y la protección y el derecho a la protección contra toda forma de discriminación.


[1] Bourdieu, P., & Jordá, J. (2000). La dominación masculina. Barcelona: Anagrama. 
[2] Ehrensaft, D. (2011). Gender Made, Gender Born:  Raising Healthy gender-nonconforming children. New York: The Experiment y Cohen-Kettenis, P. T., Owen, A., Kaijser, V. G., Bradley, S. J., & Zucker, K. J. (2003). Demographic characteristics, social competence, and behavior problems in children with gender identity disorder: A cross-national, cross-clinic comparative analysis. Journal of Abnormal Child Psychology, 31(1), 41-53.
[3] MINED (2012). Programa de educación de la sexualidad con enfoque de género y derechos sexuales en el sistema nacional de educación. Resolución Ministerial 139/2011, La Habana.
[4] López Bombino, L. (2012). Entre la ética de la ciencia y la bioética: problemas y debates actuales. Félix Varela. La Habana p. 225
[5] Lipovetsky, G., Richard, B., & Moya, A.-P. (2008). La sociedad de la decepción (Vol. 127): Anagrama.
[6] Gracia, D. (1989). Fundamentos de Bioética (pp. 576). Madrid: Eudema (Ediciones de la Universidad Complutense).

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