El día de la visibilidad intersexo me hace recordar algunos (des)aprendizajes profesionales y del activismo por los derechos sexuales. Recuerdo cuando recibí hace unos años, en la consulta de atención a personas transexuales, a una mujer de alrededor de 60 años que solicitaba nuestra valoración y acompañamiento para realizar una transición de género.
Se trataba de una persona con sexo masculino asignado, con identidad legal masculina y que desde edades muy tempranas se sintió femenina. Mi colega psicóloga y yo no nos sorprendimos, porque si algo me aportó la experiencia profesional en este campo, es que no todo lo que parece es y que más que aprender, tenía que estar desaprediendo todo el tiempo sobre la ausencia de relaciones lineales entre cuerpos, identidades de género, orientaciones eróticas, prácticas sexoeróticas y parentescos.
La persona en cuestión lucía y se
proyectaba femenina y en el examen físico tenía mamas femeninas, distribución
corporal de la grasa femenina y genitales de aspecto masculinos. Cuando
recibimos los exámenes médicos complementarios supimos que tenía próstata y que
en los exámenes de los cromosomas tenía un mosaico (masculino y femenino) y los
marcadores sexuales de ADN eran masculinos y femeninos. De acuerdo a la normalidad
binaria de macho/hembra y de masculino/femenino establecida por el poder de las
ciencias médicas, esta persona es intersexo (macho/hembra) y al mismo tiempo
una persona trans, por sentirse profundamente identificada con un género diferente
al asignado.
Después de superar el desconcierto
de otros colegas profesionales y las limitaciones de los protocolos médicos
para la reasignación sexual en situaciones no previstas como las que describo,
esta persona ofreció su consentimiento para una cirugía genital en que una
vagina le garantizó el reconocimiento legal de su identidad femenina. Su
felicidad fue enorme. Sus deseos de ser asimilada e interpretada de forma inteligible
por la cultura fueron cumplidos.
Este «final feliz» no es el de
todas las personas intersexo, pues en muchos países se siguen practicando
cirugías de asignación de sexo a infantes menores de 2 años, que persiguen
aliviar los malestares de sus padres, herederos y reproductores de una cultura
sexualizada, genitalizada y rígida.
La Medicina sigue aplicado mutilaciones
de genitales bajo el rubro de Trastornos del Desarrollo Sexual. Sin bien es cierto
que muchas personas intersexo requieren de intervenciones médicas precoces por el
impacto nocivo de algunas condiciones morbosas sobre su salud, un número
importante de personas intersexo no tiene otra cosa que variantes de genitales
que se alejan de una norma clasificatoria y obsesionada por corregir. Esto
último es sorprendente porque las personas que no somos intersexo tenemos
penes, vulvas, escrotos, vaginas y clítoris de múltiples formas, colores y
tamaños.
Los penes pequeños, los clítoris grandes,
la coexistencia de pene y vulvas nos causan pavor, asombro, burlas o interés
científico que colinda con el morbo; pero los penes enormes y las vaginas profundas
y amplias son dotes o atributos. Sobre todo los penes, debo acotar.
Normalizar estos «cuerpos otros» han
tenido un impacto sobre la salud mental de las personas intersexo, pues nunca
se ha tomado en cuenta su capacidad de consentir para tales prácticas médicas. Se
han reportado en la literatura internacional y en Cuba sobre los efectos
negativos en la autopercepción corporal y en la sexualidad de estas personas.
Las personas intersexo pueden
tener diferentes identidades de género y orientaciones eróticas. Lo que he
descrito en los primeros párrafos nos enseña que lo que culturalmente
interpretamos como sexo, no es una categoría fija, pues depende de, por lo
menos, cinco factores no necesariamente alineados: ADN, cromosomas, hormonas y
sus receptores, gónadas y genitales externos. El asunto se complica cuando actúan
los factores ambientales, sociales y culturales que definen la identidad, los
roles y las maneras en que desarrollamos nuestro erotismo.
Por eso, me sobrecogen los posicionamientos
religiosos conservadores cuando apelan a la Ley de la naturaleza, a la Biología
(que ellos negaron por siglos), a la diferencia sexual sobre la que se construyen
los géneros y se asignan poderes y estratificaciones. Miro todo esto con
sospecha, sobre todo porque estas interpretaciones tan biologicistas desde la
fe sostienen que Jesús fue concebido sin cópula y nació de una mujer virgen. Para
estas personas el positivismo del siglo XIX es ahora su bandera, mientras las
humanidades y los aportes de las ciencias sociales son «marxismo cultural» y
otras perlas.
La intersexualidad nos enseña que
la biología no es destino, que los individuos con genitalidad variable deben
ser respetados en su dignidad y su autonomía, hasta que sean capaces de tomar decisiones
sobre ellos mismos. Al menos desde mi experiencia he comprendido que los cuerpos
no son materia inerte donde se inscriben las signos y símbolos del lenguaje y
la cultura.
La mutilación de los cuerpos intersexo
debe parar y es necesario romper el silencio. Hoy, día de la visibilidad
intersex, es un buen momento para comenzar a desaprender. [Santos Suarez, 26 de
octubre de 2020]
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