Hace unos pocos años participábamos algunas personas lesbianas y gays en un taller sobre la «salida del closet». Así se le denomina al proceso mediante el cual se develan en el espacio público las sexualidades que no cumplen con la norma heterosexual. En el argot popular «estar en el closet» es ser una persona «homosexual tapada» y en el mejor de los casos una persona homosexual «discreta» que actúa, proyecta y reproduce todas las normas heterosexistas culturalmente pautadas, incluyendo por supuesto, el ejercicio de la homofobia, la lesbofobia y la transfobia.
Muchas fueron las opiniones y diversas las maneras en que muchas personas experimentaron ese proceso o recorrido. Para algunos era «cómodo» estar en el closet, para otros fue fácil y expedito. Muchos lo consideran un proceso que nunca termina y una minoría opinó que la salida del closet heterosexual significó entrar en otro closet: ser gay o lesbiana según las pautas que establece «la comunidad homosexual».
Desde mi experiencia personal mis vivencias heterosexuales no fueron tan traumáticas, mi exposición pública no fue tan dolorosa, a pesar de las incomprensiones de algunos miembros de mi familia. Mostrarme «orgullosamente homosexual» me hizo un ser más franco, más libre y no cambió mis esencias ni mis valores como ser humano. Mis conflictos amorosos no fueron muy diferentes a los que experimenté en mi periodo juvenil heterosexual, que también disfruté física y espiritualmente.
Esa «transición», si así se le puede llamar, me permitió comprender también las muchas limitaciones que enfrentan las personas heterosexuales en el disfrute de su sexualidad. Tener el poder heterosexista no garantiza de facto la libertad sexual plena.
Siempre me ha resultado curioso el estilo y contenido de las preguntas que las personas heterosexuales «solidarias» nos formulan sobre las relaciones de pareja entre personas del mismo género: ¿Quién es el hombre? ¿Quién hace de activo y quién de pasivo? ¿Quién hace las tareas femeninas? ¿Apuntas o banqueas? ¿No han pensado en tener hijos con mujeres?
Algunas son graciosas, otras no tanto. Una y otra vez me hace pensar en que el heterosexismo es aburrido, restrictivo y estrecho en sus basamentos. Así lo siento cuando veo a muchas parejas del mismo género reproduciendo las normas heterosexistas.
Me resulta limitante que desde el heterosexismo se establezcan rígidos roles masculinos y femeninos, tanto en las prácticas sexuales como en las relaciones de pareja. En estos tiempos resulta vergonzoso que la fundación de la familia incluya por decreto la necesidad imperiosa de ver la sexualidad exclusivamente como fuente de reproducción y vida.
Otro de los closets heterosexistas se relaciona con las prácticas sexuales siempre penetrativas, la adoración excesiva al falo inmenso y la condena a la masturbación, sobre todo a la femenina. El closet heterosexista implica silenciar otras prácticas sexuales heterosexuales entre tres o más personas, la convivencia amorosa armónica entre tres personas (triejas) y el consumo de materiales de contenido erótico — audiovisuales e impresos— que la cultura ha establecido de forma confusa y borrosa como pornográficas.
El closet heterosexista condena al trabajo sexual, a la mujer solterona, a la abstinencia sexual, a las prácticas sexuales no comunes que no dañan a terceros, a la conformación las familias monoparentales y al intercambio de parejas.
Por suerte, existen muchos heterosexuales interesados en romper con tantas ataduras, que desean vivir su heterosexualidad de forma libre y placentera, sin juicios sociales y culturales que dañen su salud y su bienestar. Existen muchos heterosexuales dispuestos a salir del closet heterosexista y sentirse plenamente humanos. ¡Apuesto por ellos! [28/7/2013]
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