Ya circula informalmente —de memoria flash a memoria flash— el primer filme cubano en ¡3D!. Meñique, animado en versión tropical con decorados medievales y graciosos personajes que hablan en español criollísimo y se proyectan con una gestualidad contemporánea, aparece en un momento muy próximo al cierre estatal de los cines privados en 3D.
Dirigido y escrito por Ernesto Padrón, con una magnífica factura, una banda sonora y un sonido de lujo, el filme constituye una entrega refrescante y actual de la adaptación de José Martí.
Pero el verdadero asunto que inspira esta entrada en mi bitácora personal son los mensajes explícitos y subliminales, que a través de la pantalla —en 2D— de mi televisor, he percibido después de ver la película. En esta versión libre de la publicada por el apóstol en el primer número de la Edad de Oro en julio de 1889, se incluyen personajes y situaciones totalmente nuevos. Se destacan entre ellos el edecán del Rey y su madre, una bruja con escoba, que representan de conjunto la maldad, la envidia, la violencia y todo lo negativo.
El edecán, en lo particular, es un personaje con gestualidad afeminada, vestido de color malva (me hizo pensar en la palabra malvado) con diseños femeninos. Es un personaje vil, pusilánime, ambicioso y tramposo. Como corolario a su afeminamiento se percibe una relación con su madre-bruja, basada en la dependencia, la manipulación y la sujeción constante a sus autoritarismos. De inmediato pensé que el perfil psicológico del personaje se basó en ciertas oscuras teorías positivistas de la Psiquiatría freudiana sobre «el desarrollo» de la homosexualidad en hijos de madres autoritarias.
¿Por qué incluir un personaje amanerado como ejemplo del mal? ¿Acaso pretende el director provocar la risa desde la ligereza, debilidad y remilgos de un personaje presumiblemente masculino? ¿Por qué no lo hizo con el personaje de Meñique?
La ideología homofóbica, en todo caso transfóbica, salta a la vista y es totalmente inaceptable. Transmite un ejemplo nocivo a la infancia sobre los valores humanos y ratifica el orden heteronormativo y opresor impuesto por los adultos, donde toda transgresión de los roles de género son un antivalor, contrario a las buenas costumbres y a la moral.
Tampoco me queda claro el machacoso estereotipo de que la identidad nacional es arroz moro, carne de puerco, yuca, chabacanería y de que el oriental —personaje que dio vida al hacha encantada— se pase la mayor parte del tiempo durmiendo y haya que sacarlo insistentemente de su holgazanería.
Me preocupa profundamente que se ubique en la plebe pueblerina a los personajes con la piel negra o mestiza, sobre todo a una señora con su hija con las greñas (pelo malo en el argot popular racista nacional) mal peinadas. Eso no tiene nada de gracioso por ser explícitamente racista. En definitiva, si el director quiso cubanizar el filme, bien hubiese presentado a una princesa mulata o negra y no con ojos azules, cuerpo de barby y gestualidad neoyorquina.
En la versión de Martí se enaltece la sabiduría, la bondad y el talento por encima de la fuerza bruta y el poder. El filme de Padrón, que ya cuenta con contratos de distribución en diez países , es una bofetada al espíritu del cuento escrito por el apóstol. Me resisto a permanecer acrítico ante sus contenidos homofóbicos y racistas. Si dudas se venderá bien en el mercado internacional. Como dice el final de la película y el cuento en la Edad de Oro: «Todos los pícaros son tontos. Los buenos son los que ganan a la larga». [Centro Habana, 14 de agosto, 2014]