El 28 de junio de 1969 fue la chispa que desencadenó la articulación de un movimiento en los Estados Unidos en medio de una brutal represión hacia personas homosexuales en el bar Stonewall de Nueva York. En ese contexto surgió el Frente de Liberación Gay y se proclamó temerariamente la visibilidad de las personas homosexuales y travestis (posteriormente surge la palabra transgénero).
El orgullo gay se enarboló desde posiciones progresistas, anticapitalistas, antibélicas y muchos de sus líderes habían sido perseguidos por comunistas y homosexuales.
La prostitución de los términos y de los significados, la desmemoria y el silencio son parte de lo que llaman globalización posmoderna. Aunque era San Francisco el epicentro político antihegemónico desde varias décadas anteriores, se mundializó a Nueva York y a esa fecha y como el Día Internacional del Orgullo Gay.
Durante las décadas posteriores y con la puesta en práctica del neoliberalismo muchas de las ideas radicales, revolucionarias y anticapitalistas fueron traicionadas desde posiciones patriarcales, la segmentación identitaria y política y la banalización mercantil.
Ni siquiera nosotros en Cuba escapamos a semejantes influencias. Hemos transitado desde la década de 1960, cuando nuestra izquierda nacionalista- macho-estalinista proclamaba que la homosexualidad era un rezago burgués, hacia una lenta y aparente comprensión sobre los elementos contrarrevolucionarios de la homofobia en el presente histórico. A ello se suma una segmentación de las identidades sexuales, una apropiación acrítica de prácticas cotidianas impuestas por el mercado gay masculino, con un furibundo temor al feminismo y a la integración colectiva hacia el logro de objetivos políticos comunes.
Yo, que en mi experiencia práctica, identitaria y política me encuentro en un momento pos-gay de mi existencia, sentí el tufillo mercantil globalizado de la pasada conga contra la homofobia.
La marcha «del orgullo» nuestra ocurrió ese día de mayo. Aunque se corease «Revolución sí, homofobia no», «Somos Fidel» y «Abajo el Bloqueo», no dejé de percibir otros códigos simbólicos que han despolitizado paulatinamente esas conmemoraciones en el Pabellón Cuba. El eje central del discurso (en singular) y la pobre participación de la gente con sus voces y sus demandas en relación sus cuerpos y sexualidades se amalgaman con el silencio posterior para desviar la mirada de los desafíos presentes en relación a las sexualidades y géneros no heteronormativos.
Por momentos siento los sucesos de mayo como vagos y lejanos y llega junio y nada decimos porque pensamos las protestas de Stonewall como ajenas y banales, a pesar de que su legado real significó una lucha por la autodeterminación, por una sociedad más justa y equitativa, por la no intervención opresiva de los Estados en los cuerpos y sexualidades de las personas.
Más que orgullo siento nostalgia y admiración. Revisitar Stonewall y los contextos históricos de aquel movimiento me lleva a una reflexión crítica sobre los aciertos y desafíos que enfrentamos a nivel global y en esta isla donde he tenido la suerte de nacer y vivir. [Santos Suárez, 28 de junio de 2017].
El orgullo gay se enarboló desde posiciones progresistas, anticapitalistas, antibélicas y muchos de sus líderes habían sido perseguidos por comunistas y homosexuales.
La prostitución de los términos y de los significados, la desmemoria y el silencio son parte de lo que llaman globalización posmoderna. Aunque era San Francisco el epicentro político antihegemónico desde varias décadas anteriores, se mundializó a Nueva York y a esa fecha y como el Día Internacional del Orgullo Gay.
Durante las décadas posteriores y con la puesta en práctica del neoliberalismo muchas de las ideas radicales, revolucionarias y anticapitalistas fueron traicionadas desde posiciones patriarcales, la segmentación identitaria y política y la banalización mercantil.
Ni siquiera nosotros en Cuba escapamos a semejantes influencias. Hemos transitado desde la década de 1960, cuando nuestra izquierda nacionalista- macho-estalinista proclamaba que la homosexualidad era un rezago burgués, hacia una lenta y aparente comprensión sobre los elementos contrarrevolucionarios de la homofobia en el presente histórico. A ello se suma una segmentación de las identidades sexuales, una apropiación acrítica de prácticas cotidianas impuestas por el mercado gay masculino, con un furibundo temor al feminismo y a la integración colectiva hacia el logro de objetivos políticos comunes.
Yo, que en mi experiencia práctica, identitaria y política me encuentro en un momento pos-gay de mi existencia, sentí el tufillo mercantil globalizado de la pasada conga contra la homofobia.
La marcha «del orgullo» nuestra ocurrió ese día de mayo. Aunque se corease «Revolución sí, homofobia no», «Somos Fidel» y «Abajo el Bloqueo», no dejé de percibir otros códigos simbólicos que han despolitizado paulatinamente esas conmemoraciones en el Pabellón Cuba. El eje central del discurso (en singular) y la pobre participación de la gente con sus voces y sus demandas en relación sus cuerpos y sexualidades se amalgaman con el silencio posterior para desviar la mirada de los desafíos presentes en relación a las sexualidades y géneros no heteronormativos.
Por momentos siento los sucesos de mayo como vagos y lejanos y llega junio y nada decimos porque pensamos las protestas de Stonewall como ajenas y banales, a pesar de que su legado real significó una lucha por la autodeterminación, por una sociedad más justa y equitativa, por la no intervención opresiva de los Estados en los cuerpos y sexualidades de las personas.
Más que orgullo siento nostalgia y admiración. Revisitar Stonewall y los contextos históricos de aquel movimiento me lleva a una reflexión crítica sobre los aciertos y desafíos que enfrentamos a nivel global y en esta isla donde he tenido la suerte de nacer y vivir. [Santos Suárez, 28 de junio de 2017].