Por: Alain Darcourt, coordinador del Grupo HxD Cienfuegos
Hace unos años cuando comenzaban en nuestro país las campañas por el respeto a la libre y responsable orientación sexual, un amigo en tono de broma me comentaba no hay pájaro bueno ni tamarindo dulce reproduciendo en una frase todos los mitos, prejuicios y creencias negativas que el desconocimiento de la realidad homosexual ha ido construyendo en el imaginario colectivo, que incluye obviamente a las mismas personas sexo diversas. Como argumentos: las conductas llamativas, el cambio frecuente de pareja, la pérdida de valores, el comportamiento social…
Cuando confronté sus argumentos con los míos, contrarios a su afirmación, digamos que, cuando menos, en todos los grupos humanos hay personas comunes, con una vida responsable, productiva para si mismos, su pareja, familia y para la sociedad, personas excepcionales por su desempeño político, científico, artístico, militar, patriótico y en diversas esferas de la vida y personas patológicas o desviadas en lo personal y/o lo social: con trastornos de personalidad, u otros trastornos más o menos profundos… me replicó: si, pero fíjate en todos esos “bajiticos” y en los travestis…
Después de varias horas de discusión convenimos que no pueden pagar justos por pecadores, y comprendió que la homosexualidad es una orientación sexual que en sí misma sólo tiene efectos menores sobre el desarrollo de la personalidad (como cualquier identidad asumida sobre las configuraciones de sentido que integran la personalidad, digamos por ejemplo la propia heterosexualidad o las creencias religiosas) y sobre todo, que los múltiples condicionamientos de crianza, educativos, de género, los medios de comunicación y muchos otros factores sociales, son los determinantes en la conformación de las actitudes y conductas de los sujetos.
Recordaba que Schofield, psicólogo norteamericano apuntó: “Muchos de los problemas que abruman al homosexual son creados por la hostilidad de la sociedad… las actitudes, no del homosexual, sino de las demás personas hacia esta condición, crean una situación que puede tener un efecto profundo en el desarrollo de la personalidad y puede conducir a un deterioro del carácter de un género que impide la integración efectiva en la comunidad…”
Las personas con una orientación sexual e identidad de género diferente a la heterosexualidad dominante construyen su identidad sexual y personal con los referentes más negativos que sobre sí mismos va naturalizando nuestra cultura desde la familia, la escuela, las organizaciones sociales, los medios masivos de información y el resto de los elementos que intervienen en la educación y formación del sujeto; educándose además en ambientes que tienden a ridiculizar, agredir y cuestionar la homosexualidad, observando como modelo la relación heterosexual y los roles estereotipados de género, y en los peores casos, viviendo en condiciones de marginalidad que los convierte en individuos especialmente vulnerables ante el abandono temprano del sistema educativo, la falta de una profesión, la ausencia del grupo primario de apoyo y contención que es la familia, la baja autoestima, la inseguridad, la ira, la depresión, la desesperanza, el temor, la frustración…
La comprensión de esta difícil realidad es compleja para los hombres y mujeres heterosexuales, lejos de este sufrimiento, cuyas creencias se convierten en productos enquistados de los condicionamientos de su tiempo, mucho peor si no tienen una formación humanista, y que asumen que el comportamiento social “irritante” (de una parte de ellos) debe ser el comportamiento de todos “los de su especie” y que la causa fundamental, sino la única, está en “la perversión moral que entraña” (como le escuché decir a un funcionario). Visto así, la homofobia es innegablemente un mecanismo represivo que utiliza el poder patriarcal para perpetuar su hegemonía desde el heterosexismo, por tanto, es política y es ideología.
Al respecto, el sociólogo francés Louis-Georges Tin decía “por lo demás, las teorías teológicas, morales, jurídicas, médicas, biológicas, sicoanalíticas, antropológicas, etc, nunca son más que razones inventadas para justificar después una convicción íntima, evidentemente injustificable, según los dispositivos en consonancia con las creencias del momento... “, dispositivos generadores de poder según Foucault. La reacción esencia de estos sujetos ante la otredad sexual puede definirse con las palabras de Margarite Yourcenar, en su obra “Alexis o el Tratado del Inútil Combate”: …echan la culpa a los malos ejemplos, al contagio moral y sólo retroceden ante la dificultad de explicarlos. No saben que la naturaleza es más diversa de lo que suponemos: no quieren saberlo porque les es más fácil indignarse que pensar…
Pero lo que resulta verdaderamente lastimoso, es encontrar todavía en boca de gays, lesbianas, bisexuales y transgéneros (LGBT), frases despectivas, cuando no abiertamente homofóbicas hacia sus iguales, máxime cuando experiencias de vida similares han acontecido, y resulta fácilmente entendible que quienes no tuvieron la suerte de enfrentar contextos menos estigmatizantes y discriminatorios y no han logrado escalar en el orden social o de crecimiento personal y espiritual, se debe fundamentalmente a no haber podido encontrar un resquicio ante las generalizadas actitudes y prácticas de una homofobia sistemática, y la capacidad adaptativa de desarrollar mejores habilidades sociales para ser menos vulnerables. ¿Son por ello seres inferiores carentes de derechos? Ya sabemos a donde han conducido las teorías de la selección natural aplicadas a la sociedad.
Claro que también las personas con sexualidades no heterosexuales, en su ignorancia acrítica, reproducen los estereotipos y argumentos que los centros de poder generan acerca de los fenómenos periféricos (como ocurre alrededor del color de la piel, los orígenes étnicos, por razones religiosas, culturales, etc), pero cuando estas posiciones son asumidas por ciertos individuos de la comunidad LGBT habitualmente marginados que ahora pretenden asumir las reglas del juego discriminatorio para coquetear con mejores posiciones sociales o el poder mismo, ¿acaso hay mayor falta de dignidad que la prostitución del alma y el carácter? para quienes las banderas que ha levantado Mariela (y todos los que nos hemos sumado a ese activismo) no valen la pena porque no se puede dignificar lo indignificable… sin dudas, lo lastimoso se vuelve agraviante, desde sus egos deformados, y más, también sabemos que significa personificar en la directora del CENESEX y esta institución, lo que constituye una política de estado para conquistar toda la justicia social posible.
En este caso si recordé a mi abuelita y la siempre cuestionable sabiduría popular: no hay peor cuña que la del mismo palo.
01/10/11