4/14/2013

"Más mujeres": muy bien, pero menos machistas.

Si algo bueno tienen las vacaciones es que me han permitido disfrutar de la lectura de buenos libros, en ocasiones dos al mismo tiempo, salir de la ciudad a impartir una conferencia sobre sexualidad y a descansar, escribir en mi blog y otros placeres más mundanos, como tomarme un buen vino, ir a una discoteca –de las que están siendo vilipendiadas por vía electrónica en los últimos meses por una supuesta estudiante de comunicación social- y, en último lugar, ver la televisión nacional.

Pero el placer de ver televisión se convierte en lo contrario cuando me topo con algún que otro programa humorístico y noto que la vulgaridad, la chabacanería y la violencia simbólica se transmiten y consumen con una naturalidad pasmosas.

Así me sentí con el programa “Más Mujeres”, cuya presentadora parece haber trabajado fuertemente en la loable tarea de promover el humor hecho y actuado por mujeres cubanas.

La presentadora dijo: «debemos hacer más por nosotras mismas, mejorar la autoestima de las mujeres». Las concursantes del primer programa fueron leales a  la diversidad de mujeres cubanas: no eran hegemónicamente bellas, había mestizas, de estaturas y corpulencias disímiles y de origen, sin dudas,  humilde.

Con semejante propuesta introductoria se contuvieron mis deseos de cambiar de canal, pero los chistes de la presentadora y las tres concursantes no me produjeron gracia, sino preocupación y rechazo.

El desarrollo del programa fue un rosario de malos chistes, llenos de alusiones homofóbicas, machistas, violentas, sobre todo dirigida hacia los hombres.

Para la presentadora del programa «las mujeres deben quitarle el dinero a sus maridos» para comprarse accesorios femeninos, dentro de los que menciona las uñas postizas, esas que le imposibilita una de las «tareas femeninas» más frecuentes: escoger el arroz. Las uñas, según ella, «son tan grandes que les dificulta sacar un macho, como ocurre en la esquina de 23 y malecón». Según el chiste, ellas dependen de sus dueños y proveedores (los hombres) para comprarse atributos que supuestamente las hacen más femeninas y deseadas y, remata, que los hombres que se reúnen todas las noches y madrugadas en 23 y Malecón no son «machos», pues son homosexuales, travestis y otras categorías más…

A estas alturas algún lector o lectora pensará que exagero, que estoy demasiado pendiente de detalles insignificantes; otros, que me detengo en la inútil intertextualidad de un mal programa humorístico –entre tantos­­– de la televisión nacional. Pero en realidad me preocupa la naturalización del machismo, la homofobia y la violencia simbólica en un medio de tanto alcance. Me preocupa que no tengamos un distanciamiento crítico hacia las producciones con tales contenidos, que «saturan» la televisión nacional.

Me pregunto si para hacer un programa humorístico femenino tenga que calificarse a los hombres «ratas de dos patas», que la concursante utilice además un discurso que coquetea con el odio y, al mismo tiempo, reciba la mayor puntuación de todos los «chistes» por un jurado integrado por dos grandes actrices de la cultura nacional.

Preocupa que sea motivo de chiste la  violencia doméstica, sobre todo hacia las niñas, posicionar a todos los hombres como proveedores mentirosos, manipuladores de las mujeres y como máquinas sexuales. Tampoco me queda claro que sea gracioso ensalzar «el mito del pene gigante» y que la recurrente alusión a la sexualidad sea el gancho más utilizado para provocar la risa.

Si la presentadora considera que está haciendo algo útil y correcto no debió preocuparse por aclarar al final del programa que «no estamos restando hombres» y que, durante los créditos del cierre, machacaran con lo mismo: «no se hirió la sensibilidad de ningún hombre».

Uno puede y tiene derecho a reír, a pasársela bien, pero el humor es asunto serio e implica responsabilidad. Ojalá y algún día retomemos eso que nos legó lo criollo y espontaneo de nuestra nacionalidad. Ojalá y nuestras humoristas retomen ese rumbo y hagan propuestas inteligentes, liberadoras y emancipadoras, que impacten positivamente en la creación de sus colegas masculinos.

Luchar contra la ideología patriarcal no se hace descalificando a los hombres, no se logra con homofobia y sexismos en boca de las mujeres. Emancipar al ser humano, sobre todo en nuestro contexto, no es «pagar con la misma moneda» y reproducir el mismo odio de los opresores, sino acusar a lo que nos divide, nos segrega y enfrenta. [14/04/13]

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