Mi pareja y yo llevamos diecisiete años en una relación amorosa feliz, imperfecta y riquísima en experiencias gratificantes. Hace siete meses compartimos la relación con otro hombre, con quien convivimos actualmente.
Una trieja puede ser más difícil que una pareja. Ya sabemos que consensuar intereses entre dos son de por sí complejos, con uno más que integre una relación consolidada es todo un desafío.
La cultura, la familia, la sociedad están preconcebidas para la monogamia heterosexual. Ese es el paradigma, lo que se concibe como políticamente correcto y como natural, pues se piensa desde el control social y desde la deseable reproducción de la especie humana.
El poliamor es totalmente legítimo, aunque no sea tema de interés de la política ni de la academia en Cuba. Proporciona tanto bienestar y placer como la convivencia en pareja. Las triejas existen en nuestro país, no sólo entre parejas del mismo género sino también con géneros diferentes. No son una rareza, sólo que deben ser discretas.
Los acuerdos que cada unión son siempre individuales, más o menos flexibles. Las relaciones eróticas en un trio amoroso pueden ser abiertas o cerradas, pues no siempre se comparte eróticamente entre todos sus miembros, aunque exista intimidad, compromiso y un proyecto de vida conjunto.
Una trieja implica modificaciones de las dinámicas familiares, que transitan por un reajuste de la relación amorosa, tanto material, como en los planos espirituales y eróticos. Se enfrentan incomprensiones, que en nuestro caso son pan comido, pues ya estamos entrenados en vivenciar muchos duelos y pérdidas, solamente por amar a una persona del mismo género.
Más allá de la complejidad que esto implica, el poliamor desarticula la hipócrita monogamia impuesta por la heterosexualidad, reproducida fielmente por muchísimas parejas del mismo género.
Aunque muchas personas la proclama y la defiende, la monogamia no siempre se corresponde con los deseos más íntimos. La fidelidad, el sentido de la posesión hacia la persona amada, terminan problematizando las relaciones con las frecuentes “traiciones”, “desamores” y otros demonios que tornan a los seres humanos muy infelices.
Un colega, terapeuta sexual, decía en una de sus brillantes conferencias que no entendía por qué el ser humano se empeñaba en convivir en pareja cuando su consulta estaba llena de personas con malestares de este tipo.
Otra destacada especialista cubana, ya reconoce en su discurso que las relaciones poliamorosas son parte de la cotidianidad, pero le preocupaba «el derecho» de las niñas y los niños a la hora de las posibles rupturas de estas uniones. Claro, ella habló desde su enfoque personal y no científico, porque la vida, desde que nacemos, tiene ganancias y pérdidas y lo duelos son parte de esa experiencia maravillosa que es vivir. Tampoco existen evidencias científicas que sustenten lo que la experta dijo en relación a la disolución de las triejas y los derechos de la infancia. En definitiva, algunas separaciones son una bendición para las y los infantes, cuando estas ponen fin a la violencia doméstica acumulada por años.
Si de matrimonios se trata, esta entrada se escribe con la llegada a mi buzón de mensajes de avanzada y otros muy reaccionarios. Se supo con beneplácito que una pareja de hombres canadienses disolvieron su matrimonio para igualar su estatus con otro hombre al que se unieron hace tres años. La noticia puede ser vista como un retroceso, pero tiene una carga simbólica muy radical, que deviene en denuncia a las políticas inflexibles que no reconocen la diversidad de uniones y se alejan, con su utilitarismo, de las múltiples dimensiones del amor.
La noticia reaccionaria y persistentemente homofóbica viene de la experta en Derecho de Familia Heteroparental, la Dra. y profesora titular de la Universidad de La Habana, Olga Mesa. En el recién culminado evento sobre Abogacía, la académica conminó a la ciudadanía a casarse, porque el cuarenta por ciento de las uniones de hecho consensuales no prosperan legalmente cuando tratan de disolver el vínculo. Lejos de adoptar una posición revolucionaria y atemperada que incluya el reconocimiento legal de nuevas formas de unirse, en pleno siglo XXI convoca escandalosamente a las parejas heterosexuales a casarse, so pena de no ser reconocidas legalmente. Si esto no es violencia epistémica en complicidad con los medios de difusión que alguien me lo demuestre.
Mientras tanto, Camilo, Frank y yo seguiremos apostando por aprender a convivir amorosamente los tres. Ya comenzamos a sentirnos hombres muy afortunados, el tiempo, y solamente el tiempo, tiene la última palabra. [Centro Habana, 23 de octubre de 2015]