El pasado miércoles, 9 de abril, se publicó en el portal digital CubaSí el artículo Cuba: ¿crímenes de odio?, firmado por el periodista Yuris Nórido.
Además de lo ya dicho en mi posts: “¡No a la violencia! ¡Protección a las personas LGBT vulnerables a los crímenes de odio!” y “Crímenes de odio por homofobia: “Impunidad cero” y la necesidad de romper el silencio”, me referiré concretamente a algunos aspectos sesgados, triunfalistas y heteronormativos en el artículo de Nórido.
Me parece excelente que nuestras instituciones ejerzan una política de transparencia, tal y como lo establece la Constitución de la República. Sin embargo, la redacción de la nota de marras es preocupante por múltiples motivos: no menciona por su nombre las relaciones entre los ciudadanos Francisco José García Peña (víctima) y Adrián Abelarde Varela (victimario). El eufemismo “relaciones estrechas” deslegitima a las relaciones amorosas, sexuales o eróticas entre personas del mismo género. Sin embargo, la nota dice en el penúltimo párrafo que el móvil del crimen fue pasional, sin más comentarios.
Me pregunto si la pasión amorosa también conllevó a asesinar a una anciana y a un niño. Me pregunto si la pasión por sí misma genera actos criminales, ¿es eso pasión o violencia extrema?, ¿es pasión o sentido de posesión y odio?, ¿tienen claridad nuestros criminalistas y operadores del derecho sobre las implicaciones de estos términos? Adicionalmente, en nuestra Ley Penal no existe el crimen pasional. La nota puede hacer presuponer que “las personas homosexuales matan por pasión” y es, en sí misma, discriminatoria.
Sobre los crímenes a la comunidad homosexual cubana
El uso del término “comunidad homosexual” es un implante de los modelos neoliberales que dividen y clasifican a los grupos humanos sin acceso pleno al poder y que se ha utilizado políticamente por los propios grupos para legitimarse. Así se encuentran hispanos, afrodescendientes, indígenas, nativos, latinos, italianos, chinos, lobby judío, entre muchos otros.
De ser correcto el uso dado por el autor al término, implicaría que existe una toma de consciencia política de las personas homosexuales cubanas sobre sus cuerpos y sus sexualidades, más allá de la convivencia y visualización pública en sitios de “homosocialización”, cuestión que no percibo con claridad en el escenario social y político cubanos actuales.
También excluye a otros personas con identidades/roles de género, prácticas sexuales y tipos diversos de parentesco que conforman grupos humanos discriminados en Cuba en la actualidad.
Además, Nórido no realiza un análisis de los móviles de los crímenes donde han sido homosexuales las víctimas ni cita la fuente estadística que le permite llegar a algunas conclusiones. Si no cuenta con elementos objetivos y comprobables (a los cuales apela en todo su escrito), ¿sobre cuáles bases afirma que la mayoría de los ataques denunciados por miembros del colectivo LGBT cubano no pueden ser considerados delitos de odio?, ¿cómo se atreve a afirmar que no hay una oleada de de estos crímenes en Cuba al concluir su artículo?
En resumen, afirmar que existe una oleada de crímenes de odio hacia personas homosexuales es pura especulación, negarlo también lo es. No obstante, hay un hecho alarmante expresado por los servicios de consultoría jurídica del CENESEX: en 2013 un porciento importante de las víctimas de homicidio eran homosexuales.
Sobre la promiscuidad como un estilo de vida
El término promiscuidad es uno de los estandartes más hipócritas de las normas heterosexistas, percibido como un privilegio de las hegemonías masculinas y como un estigma para las sexualidades que se le subordinan jerárquicamente. Ya las ciencias biomédicas superaron este concepto discriminatorio y lo definen (políticamente correcto) desde el punto de vista epidemiológico como relaciones sexuales frecuentes y recurrentes con diferentes personas.
Coincido con Nórido sobre el peligro que implica que muchas personas homosexuales lleven desconocidos a su casa, en tiempos donde el dinero y lo material ensucia de forma creciente las relaciones humanas. Sin embargo, tomo nota de que en el caso de La Habana Vieja, Frank y Adrián tenían “relaciones estrechas” hace mucho tiempo y el homicida convivía prácticamente con la familia.
Por lo tanto, no son los tipos de prácticas sexuales el problema, sino los valores que se ponen en juego en toda relación humana. Si se continúa desconociendo, desvalorizando o revictimizando las múltiples causas que generan estos crímenes en grupos vulnerables, no se resolverá el problema.
Sobre el choteo nacional y la homofobia
Me parece peligroso, farragoso y poco serio relacionar el choteo nacional con la homofobia verbal. La historia de la Nación en todos sus periodos (colonial, república burguesa y república socialista) ha mostrado --- con una tendencia a la modificación favorable del discurso en los últimos 15 años--- discursos y prácticas homofóbicas, que, como expresión de la cultura se ha legitimado en los espacios institucionales.
Muchos son los ejemplos lamentables de agresiones físicas a personas trans, a homosexuales masculinos y femeninas y a las propias mujeres heterosexuales, quienes sufren violencia de género, doméstica y sexual (la violación por sus propias parejas no es reconocido un delito en nuestra ley penal).
Puede que no sean actos violentos alarmantes, pero me despiertan muchas dudas el silencio que las cubre y la poca disposición a reconocer al espacio público como continuidad íntimamente relacionada con el espacio privado. Por lo tanto todo lo que se afirme en este sentido es pura especulación.
Sobre la “condición” homosexual y su reconocimiento institucional
¿Acaso existe la condición heterosexual?, ¿existe algo llamado condición de negritud o de blanquitud? “Condición” es un término peligroso que ha generado mucho sufrimiento. De hecho se usa por la medicina para hablar de un estado morboso o enfermedad. Muchas de las categorías, etiquetas o “condiciones” han sido un invento humano ubicadas por las políticas de identidad como constructos subjetivos. Todas las categorías identitarias de género, raciales, por orientación sexual y étnicas son invenciones de grupos humanos que ostentan el poder de nombrar a la otredad, a lo diferente y han tenido un macabro éxito en hacerlos naturales y “productos de la cultura”.
Nuestras instituciones aún tienen mucho que avanzar en la producción de políticas que reconozcan a la sexualidad y al género (no binario) como consustanciales a la ciudadanía. No es posible disfrutar de personalidad jurídica, de derechos políticos, civiles, sociales y culturales, de una verdadera fraternidad y solidaridad entre los seres humanos si no se integra a la sexualidad y al género junto a cuestiones raciales, étnicas, religiosas, entre otras. Deben revisarse urgentemente las bases del contrato social ---y del contrato sexual--- en una sociedad como la nuestra, en plena transición al socialismo. (Cayo Hueso, 12 de abril de 2014)
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Miércoles, 09 Abril 2014 06:10
Cuba: ¿Crímenes de odio?
Escrito por Yuris Nórido / CubaSí
La prensa nacional se ha hecho eco del asesinato de homosexuales. Algunos creen ver en esos casos crímenes de odio. Pero los móviles dicen otra cosa…
La prensa nacional, normalmente parca en estos asuntos, ha referido la muerte violenta de algunos homosexuales en los últimos meses. En dos de los casos, la publicación tuvo que ver fundamentalmente con el reconocimiento público de las víctimas: eran destacados artistas. En las notas (escritas en las redacciones culturales de los medios) no se mencionó su orientación sexual (no era necesario, francamente), en buena parte de ellas ni siquiera se aludió la causa de la muerte (en nuestro caso sí lo especificamos).
Sobre el tercer caso, hace pocas semanas, el Ministerio del Interior (MININT) divulgó una nota informativa donde tampoco se explicita la orientación sexual de una de las víctimas y del victimario, aunque se sugiere. En un párrafo se dice que el autor del crimen “mantenía relaciones estrechas” con la víctima, hombre de 49 años de edad. En otro párrafo se afirma que “durante los interrogatorios (el victimario) confesó que su actuación estuvo condicionada por un móvil pasional”.
Sin caer en los excesos de la crónica roja, la divulgación de estos hechos resulta prudente. La ciudadanía necesita estar informada de acontecimientos tan graves. No hay que convertir estos crímenes en un morboso espectáculo, pero tampoco conviene ignorarlos en los medios: los rumores terminan siempre por desvirtuar los hechos. Y en las redes sociales el rumor se difunde sin que medien comprobaciones.
Precisamente en algunas redes sociales se ha afirmado que estos hechos y otros contra homosexuales que no han sido reseñados por la prensa forman parte de una ola de crímenes de odio que sacude a la sociedad cubana ahora mismo. Nunca antes habían asesinado a tantos homosexuales —dicen algunos, y otros hasta sugieren que se trata de una especie de conspiración en contra de la diversidad.
Algunos medios extranjeros —particularmente los más críticos con el sistema en Cuba— se han hecho eco de estas denuncias, sin profundizar en las causas de los crímenes ni en el verdadero cariz de los delitos de odio.
Con buenas, regulares y malas intenciones, se ha achacado a un odio militante a los homosexuales buena parte de las agresiones que ha sufrido esa comunidad en los últimos años. Es probable que algunos de los delitos contra ese grupo estén motivados por ese odio; pero lo cierto es que la mayoría de los crímenes tiene móviles comunes, que poco o nada tienen que ver con la orientación sexual de las víctimas. O quizás sí tengan que ver, pero por razones más tangenciales.
El delito de odio, según la convención, es aquel que se comete contra individuos de determinado grupo social, por su edad, raza, religión, etnia, nacionalidad, ideología, discapacidad, género, identidad de género u orientación sexual. O sea, el móvil del ataque es precisamente el odio hacia esas características, desde los prejuicios o la incapacidad de tolerar al diferente.
No es lo mismo asesinar a un homosexual para robarle que asesinarlo por el mero hecho de ser homosexual. El segundo caso es un crimen de odio. El primero es un crimen común. Obviamente, muchas veces es difícil establecer fronteras. Es posible que el individuo que mate para robar también rechace a los homosexuales, pero en todo caso esa será una causa secundaria.
La mayoría de los ataques denunciados por miembros del colectivo LGBT cubano no pueden ser considerados delitos de odio. Ni siquiera cuando medie en alguna medida cierto rechazo a los homosexuales. Es más, asumir que lo son implicaría cierto matiz discriminatorio o “victimista”. Si una persona agrede a una mujer o a un anciano para robarles —o incluso, por mera manifestación de violencia— no hay que asumir necesariamente que esa persona odie a las mujeres o a los ancianos.
Algunos se preguntan: ¿por qué casi siempre son homosexuales las víctimas? Lo primero que hay que establecer es que no siempre son homosexuales.
Y en segundo lugar habría que añadir que ese grupo es mucho más vulnerable que otros colectivos sociales. Por la discriminación, los prejuicios o por pura elección personal (que es perfectamente legítima), los homosexuales pueden asumir la promiscuidad casi como estilo de vida. No pocos llevan a sus casas a personas que apenas conocen. La falta de lugares establecidos para los encuentros íntimos (y también la elección personal) los hacen frecuentar sitios de encuentro poco convencionales (apartados, poco iluminados,escabrosos), que suelen ser campo de acción de delincuentes.
Cuba sigue siendo uno de los países más seguros del continente. Y en buena medida, uno de los más pacíficos y “bien llevado”. El tan llevado y traído “choteo” nacional ha mostrado también una vocación discriminatoria contra el homosexual, pero en pocas ocasiones se ha traducido en agresiones físicas graves. Es más, la lógica de que “cada cual haga de su vida lo que quiera” ha primado por encima de actitudes más beligerantes.
De acuerdo, hace falta más educación, hace falta más sentido de la solidaridad, hace falta más sentido cívico, hace falta más reconocimiento institucional a la condición homosexual. Y hace falta también más sensibilidad y conocimiento por parte de las fuerzas públicas.
Pero lo cierto es que por el momento no sufrimos ninguna ola de crímenes de odio, ni contra los homosexuales ni contra otras minorías. Ojalá no la padezcamos nunca.