El escritor Leonardo Padura opina que la homosexualidad dejó de ser un problema en Cuba. Así lo declaró durante una entrevista a la agencia española EFE. Al comparar esta forma de discriminación con el racismo dijo: «Lo del racismo es más complicado porque es un problema nacional no resuelto desde sus orígenes».
El autor de El Hombre que Amaba a los Perros afirma además que en las tramas de sus cuentos no inventa nada y eso le da una especie de autoridad moral. Esto último es cierto, por eso he leído con placer y admiración su obra.
No soy su fan porque no me agradan los fanatismos ni los fanáticos. Sólo me preocupa que un escritor tan agudo —y leído—como Padura le reste peso a la homofobia contemporánea en nuestro país.
Lamento que considere al racismo un mal inherente a la formación de la Nación cubana y a la homofobia puro prejuicio que tuvo su acmé en las primeras dos décadas de la Revolución cubana.
Sin embargo, Padura parece ignorar que en tiempos de la colonia la única vez que la Santa Inquisición aplicó la fuerza de su Ley en Cuba fue para condenar a dieciocho amujerados españoles a prisión en un islote que existía en la bahía de la Habana. Con la misma fuerza brutal que se condenaba a los esclavos negros se condenó a la pederastia (delito penal para las relaciones entre personas del mismo sexo que persiste en nuestro Código penal cuando se trata de violación entre hombres) como un vicio moral importado de España.
El ideal de Nación y de lo cubano desterró al sujeto homosexual y «afeminado». La república burguesa no fue la excepción. La homosexualidad y todas las expresiones de género que quebrantasen la norma heterosexual y viril del ideal de nación neocolonial fueron denunciadas y condenadas. No se llegó al exterminio como a las personas negras, pero se aplicaron controles normalizadores desde la Medicina y el Derecho. Se llegó a plantear que la homosexualidad fue introducida por los chinos y los estudios antropológicos se centraron en la población penal. En ese periodo, la izquierda feminista tomó distancia de las mujeres lesbianas (garzonas) y las condenó desde enfoques reproductivos e ideológicos.
Con la Revolución se dictaron leyes que condenaron a la discriminación racial, se reconocieron los derechos de las mujeres heterosexuales, pero se implementaron políticas para normalizar y «sanar» al sujeto homosexual, entendido entonces como un rezago del capitalismo y parte de las campañas imperialistas que atentaban con la construcción del «hombre nuevo».
De esa manera se penalizó la discriminación racial pero se abolió el necesario debate sobre su eliminación del imaginario social. La homosexualidad y las expresiones de género que se apartan de lanorma heterosexista y machista se mantuvieron penalizadas hasta 1997 y se abrió tímidamente el debate sobre ellas en la segunda mitad del primer decenio del siglo XXI.
La ausencia de políticas que condenen la homofobia en Cuba se combina con una robustez del patriarcado y de la homofobia en el imaginario social y entre los decisores políticos.
Si no hay leyes ni un debate amplio y sistemático sobre la homofobia en Cuba, ¿sobre cuáles bases Padura afirma que la homosexualidad no es un problema oficial ni cultural en la Cuba de hoy?
Si miramos al tratamiento del sujeto homosexual en la obra de Padura, se aprecia un enfoque heteronormativo y revictimizador. En la Novela de mi Vida — su mejor obra, a mi entender— el autor sugiere que Domingo Del Monte tenía inclinaciones homosexuales hacia los jóvenes que participaban en sus tertulias. Se conoce que Del Monte traicionó a Heredia y en la novela de Padura representa el conjunto de características negativas que se oponían a la figura de nuestro gran primer poeta romántico.
El multipremiado escritor cubano debería reconocer la persistencia de la homofobia y de la discriminación racial en Cuba, la fuerte interrelación entre ellas y con otras discriminaciones que perviven en la cultura y se ignoran en las políticas. Sin dudas, aumentaría su autoridad moral cuando se refiera a estos temas. [Centro Habana, 20 de junio de 2015]
La entrevista a Padura:
Leonardo Padura: “Poner a los cubanos otra vez a trabajar va a ser muy difícil”
El escritor cubano habla sobre su último libro y sobre las relaciones EEUU/Cuba
Manuel López Ligero
10.06.2015 – 13:56 H.
Y el Premio Princesa de Asturias de las letras es para… Leonardo Padura (La Habana, 1955), icono del policiaco latino, pero también cuentista, como su último libro, Aquello estaba deseando ocurrir (Tusquets, 2015), publicado hace pocos meses en España. En esta entrevista inédita nos habla de estos cuentos, llenos de melancolía, sueños rotos y oportunidades perdidas, pero también cargados de humor y erotismo. Así son sus cuentos. Y así es Cuba, soleada y sombría, la isla que ha retratado en tantas novelas del detective Mario Conde. Padura se aleja en sus cuentos de la temática policiaca pero no de la isla, que es el hermoso y desvencijado pilar que sostiene toda su literatura.
PREGUNTA. ¿A qué se debe que ninguno de los cuentos tenga una temática policiaca?
RESPUESTA: Siento, cada vez más, que el género del cuento se me queda estrecho. Cada vez que se me ocurre una idea para trabajar ya viene con 300 páginas. Pero en este libro hay uno, La muerte pendular de Raimundo Manzanero, que es un juego basado en una pesquisa policiaca. Cultivo mucho menos el cuento ahora. Además, creo que es un milagro lograr un buen cuento policiaco.
P: Borges y Bioy Casares eran grandes fans del cuento policiaco e hicieron varias antologías juntos.
R. Sí, aunque ellos mismos no eran los mejores cultivando ese género. Los mejores creo que fueron los americanos, los cuentos de Hammett y de Chandler. Pero muchas veces son cuentos de 40 o 50 páginas, así que se pueden considerar casi novelitas.
P: Muchos de sus personajes en estos cuentos tienen que renunciar a algo: al amor, a un futuro soñado en la juventud, a conocer el mundo, a pequeñas cosas domésticas... ¿Ser cubano implica siempre algún tipo de renuncia?
R: Por lo menos implica siempre un reto, porque la realidad cubana de los últimos 60 años ha estado muy intervenida por la política y ha estado muy polarizada. De ahí que las decisiones del ciudadano tengan siempre consecuencias, mayores o menores. Algunos de estos cuentos hablan de la posibilidad de quedarse a vivir fuera de Cuba y eso, en el momento en el que los escribí [los años 80 y 90], significaba una renuncia total, era una salida sin regreso. Renunciabas a la ciudadanía, al país, por lo menos en el sentido civil o jurídico.
P: Porque la cubanidad no se pierde.
R: En absoluto. De hecho, te encuentras fuera de Cuba a cubanos que se han ido y que viven más en Cuba que cuando estaban allí. En un libro mío que se llama La novela de mi vida, narro un momento de lo que fue la vida del poeta Eugenio Florit en Miami. Florit hizo de su casa una Cuba propia, y vivía encerrado en esa casa, donde todo lo que tenía era cubano: libros, banderas, objetos, todo. Él se fue de Cuba, vivía en Miami, pero espiritual y hasta materialmente, vivía en Cuba.
P: En La muerte feliz de Alborada Almanza la protagonista sueña con cosas que disfrutaba antes, cosas muy simples como un pastelito, el café o la leche condensada, y cuya ausencia hacen su vida cotidiana más infeliz. ¿Cómo ven las autoridades cubanas que usted haga un retrato del país a través de este tipo de pequeñas miserias?
R. Bueno, nunca me llamaron la atención, pero creo que no les gusta demasiado. Tal vez preferirían que uno escribiera de otra forma, pero también creo que nuestra narrativa está enfocada fundamentalmente a eso, a mostrar la complicada vida que viven los cubanos. Hay un cuento de Francisco López Sacha que a mí me gusta mucho y que es la historia de un hombre que se levanta por la mañana con ganas de ir al baño y que al sentarse rompe sin querer la taza del inodoro. Y es la historia de cómo conseguir un váter nuevo. En el mundo moderno no podemos vivir sin inodoro, es algo básico y fácil de solucionar. Pero en Cuba conseguir una taza del inodoro se puede convertir en la tragedia de la vida de una persona. Hay mucha literatura escrita con estos elementos cotidianos que se fueron deteriorando o perdiendo y que hicieron nuestra vida más complicada, sobre todo en la década de 1990, cuando se llegó a extremos realmente dolorosos.
P: ¿Hoy siguen pasando esas cosas?
R: No tanto. Aun así, el gobierno ha reconocido oficialmente que el salario no alcanza para vivir. Pero la gente vive. ¿Cómo? Buscando estrategias de supervivencia relacionadas con pequeñas corrupciones: el panadero que se guarda un poco de harina, el pintor que se lleva un galón de pintura y lo vende... De esa manera pueden llegar a fin de mes. Esas tramas nos afectan a todos de una u otra forma. A veces, incluso si tienes el dinero para adquirir una cosa, esa cosa no aparece en el momento en el que tú la necesitas, y eso ha creado en Cuba una dinámica de vida muy peculiar.
P: Otro tema recurrente en estos cuentos es Angola. ¿Cómo afectó la guerra civil angoleña a su generación? ¿Es algo así como su Vietnam particular?
R: ¡No! ¡No! Para nada. No creo que valga la comparación. Cuba es demasiado peculiar. Cuando se habla del socialismo soviético y se piensa en Cuba, es un error. No es igual. Nunca fue igual. Y cuando se habla de una guerra como ésta, que se desarrolla en un territorio extranjero, tendemos a compararla con Vietnam porque es la medida más representativa para estas generaciones. Pero Angola no fue lo mismo. Entre otras razones porque, increíblemente, murieron poquísimos cubanos. Hubo muertos en combate, sí, pero la mayoría murió por enfermedades o por accidentes: el que estaba jugando con un fusil y mató fortuitamente a un compañero, el que no se tomó las pastillas de la malaria y cayó enfermo...
El resultado también fue diferente: con la guerra de Angola se logró la independencia de Namibia y fue fundamental en el desmontaje del apartheid en Sudáfrica. Y otra diferencia respecto a la estadounidense: el cubano tiene una capacidad de adaptación al medio asombrosa. A veces pienso que somos como cucarachas, capaces de sobrevivir a un ataque nuclear. Yo, quizás por mi carácter, por mi oficio, lo sentí de una forma más dramática. En Angola yo conocí, en sus grados más extremos, la bondad y la mezquindad de los cubanos. Estábamos en una especie de gueto, con muy poca relación con la realidad angoleña. Teníamos condiciones de vida muy superiores a las que tenía el resto de la población. Tal vez esta percepción intelectual de haber tenido que estar un año lejos de mi ambiente, de mi familia, de mi trabajo, hizo que yo sintiera mucho más esa situación dramática que se vivía en un país en guerra, distante, y en el que la gente, creo yo, no nos quería demasiado.
P: Usted trabajó allí como periodista. Como el protagonista del primer cuento: La puerta de Alcalá.
R: Exactamente.
P: ¿Y cayó en sus manos un libro dedicado a Velázquez, como le ocurre a ese personaje?
R; Ese libro existe [sonriendo]. ¡Pero yo sí pude ver la exposición de Velázquez en el museo del Prado! [en 1990]. Fui muy temprano e hice una cola enorme para verla.
P: ¿Y también tuvo un encuentro fortuito con exiliados cubanos?
R: He tenido muchos. Tengo muchos amigos que viven fuera de Cuba, en Italia, en Francia, pero sobre todo aquí en España y en Estados Unidos. A veces les dedico todo el tiempo que tengo pero otras veces, cuando vengo en plan promocional, tengo que esconderme de algunos porque sería imposible atender a todo el mundo. Y me duele hacerlo, porque creo que una de las grandes ganancias que tiene el hombre son las amistades, y yo soy muy fiel a mis amigos. Me gusta mucho encontrarme con ellos y celebrar sus éxitos y solidarizarme con sus derrotas. Porque dentro y fuera de Cuba hay de todo, éxitos y fracasos.
P: Usted habrá tenido sus problemas con la censura pero también ha sido muy premiado en su país. Allí le han concedido incluso el premio Nacional de Literatura. ¿Cómo se explica que el gobierno cubano premie a un hereje confeso?
R: He tenido problemas con la censura, por supuesto, pero los mayores problemas los he tenido con textos a priori sin importancia. Hace unos años una pequeña revista provincial me pidió un comentario sobre los Industriales, el equipo de béisbol de La Habana, que es como el Real Madrid aquí. Es el equipo que más seguidores tiene y al que más personas odian en Cuba. Y yo soy muy fan de ese equipo pero en ese momento estaba muy enfadado con ellos y escribí una crónica donde los destruía. Y me la censuraron, no quisieron publicármela porque había en marcha toda una operación de rescate de la imagen del equipo. Eso demuestra que te pueden censurar por la cosa más nimia. De igual forma le digo que todos mis libros se han publicado en Cuba sin que se les cambie una palabra. Las ediciones no son muy grandes, la promoción no es la que se hace en España o en Francia, mi presencia en los medios no es frecuente, pero los libros están ahí.
P. ¿No los censuraron porque usted se obligó a escribir de una determinada manera para que pasaran el corte?
R: Yo creo que una novela como El hombre que amaba a los perros trasciende todos los límites de lo que pudiera ser considerado permisible en Cuba. Vázquez Montalbán hablaba de un concepto que él llamaba el “techo de permisividad”, y yo creo que un grupo de escritores cubanos llevamos unos años tratando de levantar ese techo e ir ganando territorio de libro en libro.
Este es un proceso que empezamos en los años 80 sin tener una conciencia clara de lo que estábamos pretendiendo, pero ya en los años 90 sí se convirtió en una forma de entender y de expresar la literatura. Y cada vez más la narrativa cubana, el teatro, el cine, tienen una visión más crítica de la realidad y hemos logrado abrir muchos espacios. Recientemente se retiró del Festival de Cine de La Habana Regreso a Ítaca, una película con guión mío y que ha dirigido el francés Laurent Cantet. Se nos dijo que se retiraba porque el director del certamen no la había visto. Después, efectivamente, la vio y decidieron incluirla en la Semana del Cine Francés. Eso significa que a veces hay mayor rigor en la lectura de determinados productos culturales, pero que también hay espacios que se abren. Y lo importante, en cualquier caso, es crear esos productos.
P: ¿Aunque se queden en el cajón?
R: Yo creo que lo que uno no puede hacer es abandonarlos. Crear es tu función como artista. La función del censor será censurártelos pero la tuya es crearlos.
P: ¿Ese “techo de permisividad” acoge también a determinados autores del exilio? Por poner un ejemplo, ¿en los institutos de Cuba se estudia hoy en día a Cabrera Infante o a Reinaldo Arenas?
R: No. En esos dos casos específicos porque ambos pidieron que sus libros no se publicaran en Cuba. Lo que sí ocurre es que allí todo el mundo los lee. Uno de los títulos que ahora se está leyendo mucho en Cuba es Mapa dibujado por un espía, uno de los libros póstumos de Cabrera Infante. Y en mi época de la universidad leíamos Tres tristes tigres. Y también leíamos a Vargas Llosa, que tampoco se publicaba allí. En Cuba ha habido siempre un forcejeo entre lo permitido y lo que realmente se hace. Y no creo, como se ha llegado a decir, que por leer un libro de Cabrera Infante te echaran de la universidad. Entre otras cosas porque si fuera así, a mi grupo de la Escuela de Letras nos hubieran tenido que expulsar de forma masiva.
P: La Cuba que usted presenta puede sorprender a quien, desde España, vea la isla como un destino turístico, soleado y amable. En el cuento Mirando al sol hay orgías, drogas, asesinatos, peleas de perros... Es un retrato bastante sórdido.
R: Ese cuento estaba incluido en un libro que ganó el premio Nacional de la Crítica en Cuba. Circuló sin problemas, porque es parte de la realidad cubana.
P: ¿Como el racismo brutal que se describe? Uno no se imagina la Cuba de la Revolución fuera así.
R: Es que una cosa es que, legalmente, la Cuba de la Revolución elimine la discriminación racial y otra muy diferente que desaparezca el racismo, que es un problema cultural y psicológico muy arraigado. Porque la sociedad cubana fue muy clasista. Fue muy clasista y paradójicamente también muy permisiva, porque de otra forma no sería una sociedad étnicamente tan mestiza. Estos cuentos surgen de la observación. No hablan de problemas posibles sino de problemas existentes en una sociedad. No invento nada, y creo que eso me da una especie de autoridad moral. Y la gente sabe que a veces la realidad es mucho peor que lo que se representa en el arte.
P: ¿Con la homosexualidad ha ocurrido como con el racismo? ¿Ha cambiado, oficialmente, su percepción?
R: Sí, totalmente. La homosexualidad ya no es un problema en Cuba. Lo fue. Muchos escritores fueron marginados por su homosexualidad, incluido Virgilio Piñera, que fue uno de los grandes escritores cubanos del siglo XX. Lo del racismo es más complicado porque es un problema nacional no resuelto desde sus orígenes. Cuba no luchó por la independencia de España en el mismo momento que otras naciones latinoamericanas por su miedo al negro. Era un país en el que algo más del 50% de la población eran negros y mestizos. Y el ejemplo de Haití fue lo que inmovilizó a la burguesía y a la intelectualidad cubana, que eran quienes debían haber dirigido la lucha por la independencia como lo hicieron en el resto de América. Después de la independencia, a principios del siglo XX, hubo una guerra racial en Cuba, corta pero muy sangrienta. Y la discriminación del negro fue un problema que sólo empezó a solucionarse con las leyes revolucionarias. Pero en la calle todavía está presente, aunque cada vez de forma menos agresiva. Hoy, entre los jóvenes, ya son muy frecuentes las parejas interraciales. Se va superando, aunque puedan quedar algunos prejuicios en el fondo.
P: En el cuento 'El cazador' usted trata el tema de la homosexualidad, con gran detalle psicológico y bastante delicadeza. Es un cuento de 1990. Poco después se estrenó Fresa y chocolate. ¿Fue el momento en el que las cosas empezaron a cambiar?
En ese año se publicaron tres cuentos con personajes homosexuales: El bosque, el lobo y el hombre nuevo, que es el texto de Senel Paz del que salió Fresa y chocolate; ¿Por qué llora Leslie Caron?, de Roberto Urías, que ahora vive en EEUU y que no ha vuelto a escribir; y éste cuento mío. Cuando salió El cazador me pasó una cosa muy graciosa. La gente decía: “¡Coño, si Padura conoce tan bien el tema es que debe de ser maricón!”. [Risas] Yo contestaba: “No, no. Es sólo una experiencia literaria”. En mi época de la universidad y cuando trabajaba en revistas culturales conocí a algunos homosexuales con los que he tenido una relación de amistad cercana. Y creo que la clave de ese cuento me la dio un amigo escritor que me dijo: “Leonardo, el drama real que tenemos los homosexuales es que, generalmente, tenemos relaciones con otros homosexuales. Y a nosotros lo que nos gustaría es tener relaciones con un hombre heterosexual. Y eso no es posible porque cuando ese hombre tiene relaciones, contigo ya también es homosexual. Nunca podemos cumplir nuestro deseo”. Esa fue la clave para hablar de este tema en un momento en el que aún era tabú.
P: En ese cuento también se profundiza en la soledad, en la idea de suicidio... ¿Todo eso lo sacó de otras conversaciones con estos amigos?
R: En parte sí, pero también hay mucha literatura. Este es un personaje trágico, y a mí me interesaba lograr una empatía con el lector, que no lo rechazara. No quería que existiera con él la más mínima reacción homofóbica. Ese podría ser un caso de autocensura, ¿no? A veces piensas que puedes sacar más de ese personaje pero que eso lo dejaría en mal lugar, que podrías ofender a un determinado grupo de lectores. Y entonces prefieres detenerte en ese punto.
P: Su personaje ejemplar por excelencia es el detective Mario Conde. ¿Habla usted a través de Mario Conde de la misma forma que Vázquez Montalbán lo hacía a través de Carvalho o Chandler a través de Marlowe?
Sí, sí. No es mi álter ego, porque yo no he sido nunca policía ni librero como él, pero a partir de la segunda novela, Vientos de cuaresma, es el instrumento que yo utilizo para dar mi percepción sobre la realidad cubana. Mario Conde tiene mi edad, nació en un barrio como el mío, estudió en un instituto como el mío, tiene amigos que se parecen bastante a mí, fuma como yo, bebe más que yo, por que si no yo no podría escribir tanto como escribo... Tiene también esa mirada nostálgica de una juventud que en Regreso a Ítaca llamamos “la era de la credulidad feliz”. Y tiene una relación muy visceral con la idiosincrasia cubana, que es también la que tengo yo.
P: ¿Por qué la alta literatura está hoy tan enamorada la figura del detective? Parece que sus protagonistas son siempre detectives u otros escritores. O ambas cosas.
R: Es que la literatura negra es un género muy generoso. ¿Qué otra cosa es la literatura sino una pesquisa, una investigación, un descubrimiento? Se puede hacer de muchas formas, pero el personaje del detective, el hombre que busca conscientemente desvelar un misterio, hace que esa búsqueda tenga una mayor coherencia. Alejo Carpentier decía que no debemos hablar nunca de nuestros maestros porque a partir de ahí se nos pueden ver las costuras. Yo no estoy de acuerdo y reconozco el magisterio de Vázquez Montalbán a la hora de iluminar mi camino. Y eso que la primera novela de Manolo que leí, El balneario, no me gustó. Era una historia que no transcurría en Barcelona, trataba de un tipo que no quiere comer y que se pone unas lavativas... No entendí nada. Pero luego leí La soledad del mánager y... ¡plas! Me atrapó. Me conmovió. El género policiaco tiene además otra ventaja que Manolo cultivaba muy bien: su capacidad para organizar dramáticamente la historia. A mí me interesa contar historias. La mayor influencia que puedo reconocer es la de la novela norteamericana del siglo XX. Son los grandes contadores de historias. Lo hacían muy bien y lo siguen haciendo muy bien.
P: Como cubano que es, ¿se refiere a Hemingway?
R: Sí, pero no sólo a él. Me refiero a Scott Fitgerald, a Carson McCullers, a Faulkner, a pesar de sus dificultades... Y entre otros más recientes, a Salinger y a John Updike. A mí el tratamiento policial me ayuda a construir la historia. Y a veces mis novelas no policiales, como La novela de mi vida, El hombre que amaba a los perros o Herejes, acaban siendo más policiales que las que son de puro género. Por ejemplo, cuando cuento toda la preparación de Ramón Mercader para asesinar a Trotski, eso es una novela negra. Sabemos quién es el asesino y quién la víctima, sabemos dónde y por qué se produce ese asesinato, ¡lo sabemos todo! Pero hay un recurso de la novela negra que es la utilización del tempo dramático. ¿Cómo consigo que el lector se trague una historia que ya conoce, con todos sus detalles, y además la reflexión que yo le quiero dar? Pues en vez de contársela de forma rápida se la cuento muy lentamente. Voy dilatando cada acción de Mercader porque el lector quiere llegar al territorio conocido y yo le voy a poner obstáculos para llegar ahí. Esa es una estructura propia de la novela policial. En ese tipo de novelas, a las 20 páginas ya se puede saber quién es el asesino. Lo interesante son los obstáculos que hay salvar hasta llegar a ese descubrimiento.
P: Por último, ¿qué espera de la nueva política estadounidense respecto a Cuba?
R: Mucho. Espero que las cosas, económicamente, mejoren. Por el momento, ya se siente que empieza bajar la tensión histórica que existe entre Estados Unidos y Cuba. Eso es importante, porque para nosotros ha sido una manera muy jodida de convivir. Lo que queda pendiente ahora es el tema del embargo, que es algo real y que afecta a otras empresas que quieren tener negocios en Cuba, a las relaciones financieras, al acceso a préstamos... Lo primero que necesita Cuba es que su economía interna funcione, pero para lograr eso necesita modernizar sus infraestructuras. En Cuba las carreteras son una mierda, las canalizaciones de agua son una mierda, el tren es un desastre, lo mismo que los aeropuertos. Todo lo que permite que una economía sea eficiente, funciona mal allí. Y cuando todo eso se solucione, vendrá lo más difícil: cambiar la mentalidad del cubano, que se acostumbró a vivir sin trabajar o a trabajar lo menos posible. ¡Pero eso no tiene que ver ni con el embargo ni con Estados Unidos! [Risas]. Eso va a ser más difícil de resolver que tener una relación de amistad con Estados Unidos. ¡Poner a los cubanos otra vez a trabajar va a ser del carajo!